En los próximos meses se verá la consecuencia de haber parado la máquina del consumo. Esta semana tuvimos el primer anticipo cuando el INDEC publicó los datos del mes de abril, primero e íntegro de la cuarentena o Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, con una caída de la economía del 26,4%. La peor en la historia del país desde que se lleva la cuenta. El segundo caso fue en 2002, cuando el desbarranco alcanzó el 17% ese mes para terminar el año en menos 15%. Recordemos los incidentes de aquel año: Incremento de la mortalidad infantil, pobreza en más del 40% de la población, cuentapropismo de la clase media, pérdida definitiva de fuentes de trabajo, violencia, robos, 14 mil cortes de ruta, exigencia de peaje irregular en cualquier calle, asaltos a supermercados y camiones con comestibles, etc. Tal como comentamos en una entrega anterior, por ahora nos une el espanto, el miedo al virus, pero una vez que esa sábana que cubre todo se destape es posible que enfrentemos algo parecido. Esperemos lo mejor pero preparémonos para lo peor. "Esto nos sirve para ver que también se puede vivir con más simpleza y con menos recursos" me decía un amigo notando que al dejar de hacer vida social, estaba gastando mucho menos dinero. No se daba cuenta de lo que afirmaba. El consumo de cosas superfluas es la causa de que en el mundo seamos 8.500 millones de habitantes en lugar de los 1.000 millones de la época previa a la revolución industrial y al descubrimiento del petróleo. Comer como un asceta, vestirse sin importar la moda, etc., es verdad que reduce gastos y recursos, pero para volver a una vida monástica, frugal y primitiva, deberíamos desprendernos de uno o dos tercios de nuestros hermanos, que es lo que íntimamente proponen quienes promueven el aborto y la neutralidad sexual así como otros que militan inocentemente en la alimentación "natural" con productos sin pesticidas o sin abonos sintéticos o sin procesos genéticos. La población del planeta creció exponencialmente desde el descubrimiento del petróleo y derivados que volvieron al campo como fertilizantes y a algunos medicamentos para curar enfermedades. La generación de energía permitió el transporte casi infinito y el consumo barato de alimentos a contraestación. La esperanza de vida, que es el promedio de años a que llega todo el que nace, ha subido en un siglo más que en el resto de la historia humana, resultado del progreso de la ciencia, de la abundancia de la alimentación y de la mejora de las condiciones de vida, calefacción en invierno y refrigeración en verano, disminución de las horas de trabajo y desaparición de la fuerza física aplicada a las tareas como consecuencia del uso de energía.

La cuarentena cambió hasta lo que consumían nuestros abuelos hace un siglo.

Ya no se ve la gente que hombrea bolsas en el Puerto de Buenos Aires, esos que quedaron pintados en los cuadros de Quinquela Martín. Tampoco gente agachada recolectando frutos del campo o doblando la cintura para sembrar. Se ven, sí, pero a escala familiar o muy pequeña. Décadas atrás una hectárea podía producir 25 mil kilos de tomates y hoy 150 mil en el mismo espacio. El desarrollo de conservantes permite poner en el plato comidas de buena calidad años después de haber sido elaboradas y no es verdad que sean dañinas, más allá del control de la autoridad alimentaria está la estadística que indica lo contrario. ¿Hay pobreza en el mundo? Por supuesto, pero mucha menos que la de un siglo atrás o en la Edad Media cuando una plaga como el coronavirus se hubiera llevado un tercio de la población y ahora estamos alarmados porque en algunos lugares tal vez llegue al 0,1 por ciento. Parece obvio decirlo pero el consumo es vida, demuestra que hay gente detrás que está buscando su felicidad de distintas formas, algunos haciendo ejercicios, otros engordando, algunos haciendo música y otros con un torno. Todo esto, que en cualquier ocasión podría haberse descripto como ideológico o una lucha entre el consumismo y sus detractores, ahora lo tendremos frente a nuestros ojos con un resultado del cual ese 26,4% es la primera muestra. Si no se sale a comer y a divertirse no viven los restaurantes ni los bares y en consecuencia no trabajan los gastronómicos. Si no se viaja deja de ser necesario el personal de hoteles, el transporte carretero, aéreo o de navegación. Si no se viste a la moda mueren los diseñadores, los que fabrican telas y los artesanos de joyería o bijouterie, si se usa un sólo calzado en lugar de uno para cada actividad, se cierran fábricas. En definitiva, muere todo lo que diferencia a la sociedad moderna con sus avances, su tecnología y sus comunicaciones que nos tientan a cambiar cada año de celular o computadora. Es posible que nada haya menos útil que la poesía o la filosofía, pero ¿qué sería de nuestro espíritu sin esa caricia al alma o esa curiosidad por conocer la verdad? También se consumen libros, literatura, cine, espectáculos, TV y nada de eso tiene que ver con alimentos básicos. Más claro, imposible. Durante esta cuarentena eterna se han suspendido todas las actividades consideradas no esenciales y la economía ha dejado de producir una cuarta parte del total. La burocracia que pretende cuidarnos ha condenado al hambre y la desesperación a millones de ciudadanos y eso ya es irreversible. En un extremo que sólo se vio en la etapa más radical del comunismo, se ha llegado a prohibir las reuniones religiosas, eso quedará para la historia. En nuestra sociedad, el consumo es el gran motor del desarrollo. Excesos habrá, sin dudas, pero es nuestro estilo de vida y tiene mejor calidad que el de nuestros antepasados.