Sobre el molde del título de la inolvidable novela de William Henry Hudson (+Allá lejos y hace tiempo+), me paro a hilvanar recuerdos de más acá.


Por esas cosas que uno no sabe por qué nos llegan de golpe, me acordé de nuestra ya inexistente Vuelta al perro. Quizá porque nuestro presente es tan diferente a aquel pasado no tan lejano; porque nuestra ciudad ha trocado su fisonomía de entonces, su mejor rostro de encuentro familiar y en las noches no es más que una bocanada de ausencias, un sitio donde los espectros se enfrentan -sorprendidos- con la nada, donde los duendes de la ilusión lloran pérdidas y extravíos.


Los fines de semana, cuando la ciudad recibía las sombras, uno se vestía como para una fiesta sencilla; se encaminaba por Rivadavia, doblaba por General Acha, luego Laprida y por fin Tucumán y así varias vueltas saludando gente conocida o curioseando a la que no conocía, que marchaba en sentido contrario. Luego este rito se hizo en automóviles, hasta que desapareció cuando aquel centro comercial dejó de ser tal y se vació de almas, murmullos y futuro.


De aquellos días guardo la emoción del primer pantalón largo, una adaptación de uno de mi papá; del fastidio porque no queríamos acompañar a nuestros padres a esa recorrida monótona por un sector de la ciudad, donde la gente paseaba por su humilde pasarela de figuras comunes y sonrisas. De aquel entonces eran los asaltos de amigos, donde caíamos a las casas previamente señaladas con algunos biscochitos con los que colaborada la nona y escuchábamos la música de cuatro precoces adolescentes de Liverpool que se habían empecinado en honrar a Elvis Presley; cuando el amor se subía tímidamente a la pregunta sobre si a esa muchacha que no nos dejaba dormir podíamos considerarla "más que amiga"; cuando temblábamos como pétalos al rocío cuando casualmente rozábamos el brazo de la que amábamos en silencio; cuando Argentina volvía de un mundial de fútbol con la frente marchita y seis goles que le desnudaban en llanto esa verdad que bien lograban ocultar los periodistas mercaderes del exitismo; cuando San Juan ganaba reiteradamente las copas "Becar Varela" como la selección más triunfadora en campeonatos argentinos de fútbol y en el básquetbol era uno de los cuatro mejores del país; cuando los pueblos de la provincia atesoraban la fantasía de los radioteatros, cuando las troupes de artistas populares llenaban los clubes barriales donde reinaba el amor chacarero y eran nuestros héroes salidos de la ilusión de dos radios señeras.


Sigue la Vuelta al perro dando giros en mi alma. Vuela mi corazón marcando pasos rojos sobre límpidos senderos adolescentes. Sigue la vida dándonos la oportunidad de honrarla todos los días, si queremos.