Ante los problemas sociales actuales, cada vez se hace más necesario restaurar la autoridad real de familia y escuela a la vez que recomponer el quiebre de la autoridad institucional, hoy vacía y caprichosamente no sujeta -ella misma- a norma de conducta alguna.

Familia, escuela, y comunidad deben recrear mecanismos de interacción integradora y complementaria en pos de su propia autodefensa para -desde allí- tener la autoridad suficiente para quedar legitimados a exigir de las instituciones del gobierno un manto protector a su propia organización en el interés de alcanzar un estado general de paz y libertad.

Comprendamos como una realidad que ese circuito de comunicación social hoy se encuentra interrumpido por nuestra propia desidia lo que obsta a un desarrollo social normal, a menos que hoy se entienda que el narcotráfico y adición es ya un hecho normal al cual nos debemos adaptar como parte precursora de los nuevos cambios.

Lograr el propósito presupone reconocer que como sociedad estamos atrapados por patéticas adicciones que perturban o anulan nuestra acción.

Para comenzar el primer paso indispensable es estar persuadido sobre la necesidad salir de la adicción social en que nos encontramos. Toda expectativa nueva comenzará a partir del rechazo de la adicción social al éxito obtenido a cualquier costo, la adicción de dar por sobreentendido cosas que no resultan claras y que merecen respuestas explícitas, la adicción a que toda solución conflictiva sea siempre una responsabilidad del otro, la adicción al facilísimo, ocio y haraganería, la adicción al mito del prejuicio, la adicción a la permisibilidad, la adicción a la negación o al desplazamiento y/o la adicción a sostener soluciones mágicas, entre otros tipos adictivos que como cultura hemos adoptado. Rever este tipo de conductas o comportamientos podría constituir ese buen comienzo del que venimos hablando, capaz de promover un cambio sustancial.

Destaquemos también que la función de la familia, en cuanto asumir la defensa a la vida, no reconoce límites de tiempo, por tanto no se inscribe como un pensamiento de cuño antiguo o nuevo en donde se escuda el fundamento de quienes se resisten en restablecer su vigencia.

Esta misión protectora es de naturaleza atemporal y nadie podría negar que la familia siempre enseñe. Al asumirse esta conducta se estará dando el primer gran paso en la construcción de autoridad. Sin embargo debemos convenir que este concepto viene experimentando un fuerte deterioro y a ello favorece la falta de límites.

Por de pronto debemos sostener que los limites no traumatizan. Si ellos no existen se verifica la asimetría parental. La presencia de los limites nos dan e inculcan una "noción exacta de la realidad" constituyendo el propio limite de "freno a la fantasía". Lo cierto es que el conjunto de las familias conforman el plexo social el que, en razón del modelo familiar del que se nutre, edifican el tipo de sociedad en que vivimos.

Un ejercicio honesto de autoridad social supone establecer un camino de ida y vuelta en cuanto al ejercicio de los derechos que gozamos y las obligaciones que debemos cumplir. Si no aceptamos reconocer que esa ida y vuelta es absolutamente necesaria para definir roles, sin dudas tendremos que soportar la idea de una sociedad a la deriva haciendo mérito de aquel dicho que expresa "árbol que crece torcido nunca su tronco endereza".