Fea noticia la de que algo se nos va, la de los adioses; toda despedida es una separación, un quebranto, una ausencia, un sueño que se extingue.


Serían aproximadamente las 10 y otro músico me dio la noticia. Y pensé que a esa hora vos, Tino López, apasionado cantor y cultor de tangos, generalmente estabas al pie del cañón en tu taller de baterías cosechando amigos, masticando lentamente cada palabra, comentando tu última obra, ese disco que grabaste y me regalaste, sabiendo que amo el tango. 


¡Qué macana esta de comentar las faltas! Un modo de cosechar heridas, un camino de abandonos. Tengo firme en el recuerdo tu figura mansa apareciendo en el cielo impredecible de un escenario. Impredecible, digo, porque desde ese espacio sólo sabemos que tenemos que decir emociones del mejor modo que nuestra alma pueda hacerlo en ese momento y aguardar que un auditorio que nos mira las comparta, tarea nada sencilla, a veces. 


Yuyales de silencio se han convocado a llorar por baldíos de tu Concepción bravía. Bandoneones que se mueren constantemente por escondrijos de la vieja cancha de Peñarol. Billares y gritos trepados a brindis de cerveza pululan por la ausencia del Bar Velásquez. Por calle Chile baja cauteloso pero triste un enorme puma de soledades. Nada es más doloroso que los alejamientos indoblegables; pero también nada es más triunfal que una vida llena de gracia y amistades. 


Los rezongos del fuelle de Troilo, descolgados de las ronqueras de su pecho, se entreveran con la magia de Salgan y los estremecimientos gloriosamente acompasados de D'Arienzo. Todo es una sinfonía de buenas cosas cuando hay que despedir dignamente a un amigo. Los proscenios están de duelo, pero sólo unos días. Al poco trecho, la vida ha de homenajear con arpegios y armonías a quienes la honraron. Canta, Tino López, tu enorme canción orillera desde este país interior que también ama al tango, canción maleva, canción de un Buenos Aires que a partir de ese mensaje incomparable se adueñó del costado sentimental del mundo.


Las noches de Celedonio Flores se enamoran de los poemas de Cadícamo. En ese barro sagrado se abrazan Cobián y Homero Manzi. Los patios a los que se entra por puertas a cancel y besos trasnochados lloran versos de los hermanos Espósito, Horacio Ferrer y Cátulo Castillo, y es natural que la enorme canción de Piazzola te brinde un responso al modo de Adiós Nonino. María, "la más mía, la lejana", se empecina en reinventarse acorde tras acorde, "por las calles del adiós".


Un hombre sencillo pero de personalidad que se impone, está parado definitivamente al centro de un escenario. Un compromiso de tangos lo espera. Él ha de honrarlo.