Comienza hoy en Africa el Mundial de Fútbol y todo está preparado para que sea una competencia distinta. Será la primera disputa en este continente, después de 10 campeonatos en Europa, 7 en América y uno en Asia. Aunque Joseph Blatter, presidente de la FIFA, dijo que cumple una promesa que se hizo a sí mismo en 1981, cuando ingresó en la organización internacional, y a los africanos, en tiempos recientes, es fácil encontrar la clave en su reelección en 1998, cuando con los votos del continente venció al favorito, Lennart Johansson, por 111 votos a 80.

El próximo 25 de junio, cuando se esté jugando en cuatro puntos cardinales de Sudáfrica -Pretoria, Durban, Bloemfontein y Nelspruit-, se cumplirán 15 años de aquel otro partido que salvó a una nación: la final del Mundial de rugby que los Springboks le ganaron a los All Blacks y que, por la prédica de Nelson Mandela, fue festejada por todos los sudafricanos, tanto blancos, fanáticos de aquel equipo de camiseta verde, como negros, que hasta ese momento veían en esa misma casaca el símbolo del aberrante apartheid que habían sufrido.

Quince años no es nada en un país donde la historia tan dolorosa de la separación racial marcó con una huella de dolor y discriminación. La amabilidad, la cordialidad, la alegría y el colorido de la gente en las calles, contrasta con cifras que causan perplejidad: el 50% de los habitantes vive en la pobreza; la expectativa de vida cayó por debajo de los 50 años, y 1.000 personas por día mueren por el sida.

Que el Mundial se juegue en ese país lo hace diferente, y deja abierta la pregunta: ¿si el de rugby le sirvió para tanto, para cuánto le servirá el de fútbol? Es de esperar que el mundo globalizado tome conciencia de que, ante las injusticias sociales, todos debemos reivindicar la dignidad de la persona humana. Este Mundial debiera servir para asumir la necesidad de globalizar el respeto mutuo, el juego limpio y la fraternidad universal donde la diferencia no se constituya como un problema sino como una oportunidad para acrecentar el valor de la convivencia.

Los jugadores de nuestra selección se vestirán con la celeste y blanca para escribir la historia, representando al país. Si se dejan de lado individualismos y se suman las potencialidades, podremos soñar con alcanzar el triunfo.