La enorme mansión blanca de tejas negras de los dueños del molino está igual.


Estando mi hermana de paseo por Madrid con una amiga, esta le sugiere visitar a una familia de San Juan que hacía muchos años vivía en esa ciudad, con quien le gustaría reencontrarse. Esa tarde apacible, parten por un metrobus hacia las afueras de la ciudad y llegan hasta el domicilio de los comprovincianos. Cuando golpean la puerta de la linda casa, Delia no lo podía creer: les abre quien fuera dueña con su esposo del conocido ex Molino Argentino, ubicado frente al malogrado Estadio del Parque de Mayo, detrás de la tribuna oficial. Habíamos sido vecinos de ellos y los habíamos perdido de vista prácticamente desde nuestra niñez, cuando íbamos a comprar harina y cereales y sobre todo cocho que nos vendía Remigio, el único empleado del mostrador, que siempre nos recibía con alguna broma. 


Del cocho, fragante harina tostada de trigo mezclada con azúcar, que en sus comienzos se hacía con harina de maíz o combinación de ambas, nos quedan adheridos a la melancolía los tradicionales ahogos que generaba comerlo a las apuradas y aspirar su polvillo.


Tras el viejo molino, del cual hoy quedan restos andantes, clamores y silencios insobornables, un torrentoso canal piel de león recibió nuestras primeras zambullidas -experiencia única- en su misterio socorredor de hojas, ramas y lodo peligroso del fondo. Imposible olvidar nuestra primera sumergida en el agua que nos cubría totalmente, porque entonces nuestra niñez no alcanzaba para tirarse en los contados natatorios de las afueras de la ciudad. 


Llegamos de la Escuela de Comercio, disfrutamos el café con leche hirviendo que mi madre nos tiene preparado con tostadas y miel y vamos directo a la Legislatura que está bajo la tribuna oficial del Estadio, donde, curiosamente a nuestra corta edad, disfrutamos los públicos debates entre diputados de la UCRI y de la UCR del Pueblo. Y al caer la tarde, un aterrizaje por la popular canchita de básquet del Estadio, frente a nuestra casa de la esquina de ex Victoria y ex Las Mercedes. Hasta que el sol se hace duende aguaitando las cimas del oeste y mi madre sale a la puerta a apurarnos por la vuelta, sabiendo que eso es misión imposible, porque el que hace el último gol gana y ello podía ocurrir cuando la de trapo era sólo una sombrita sospechada en nuestros pies de choquitos ingenuos y pegarle en la oscuridad era odisea.


La enorme mansión blanca de tejas negras de los dueños del molino está igual. Espectros alineados en derrumbes sus paredes mutiladas. Poco nos queda del viento del oeste que en agosto se nos venía en incendios. Muchas veces uno hace bien dejar al costado del camino estos azotes, aunque uno sabe que siempre vuelven bajo la forma de oleadas o malos ratos; pero el amor es más fuerte, como asegura la canción. Hoy pasé por allí. Es decir, aquellos retacitos de infancia me llevaron hasta allí. Uno nunca se deroga por completo. La mañanita estaba helada. Mi corazoncito de entonces se abrazó a soles que uno tiene escondidos.

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.