Cuando un día, sorpresivamente, me paraste en la calle para hacerme saber tu admiración por nuestra música, me emocioné profundamente. Claro, si yo te había aplaudido a rabiar, vivando tu nombre desde las gradas del "Aldo Cantón", cuando el magno estadio lucía a pleno y al medio latía un cuadrilátero iluminado por las ilusiones, escenario de sueños donde fuiste ídolo. Hoy tu provincia te llora. 


Noches de gloria de los '70. Con tu título argentino en la mano, el escollo era muy duro. Te jugabas por el título sudamericano ante el mendocino Carlos Aro. Y le ganaste en pelea extraordinaria, mientras San Juan entero se llenaba de orgullo porque un verdadero señor en el deporte y en la vida le defendía el amor propio ante el mundo. Son éstas las cosas por las cuales los pueblos se reivindican y realizan. Cuando gente humilde de su entraña demuestra ante todos que es capaz de lo mejor. 


Considero que te conocí bien, querido Raúl Bernardini. No es difícil conocer a las personas transparentes. Tu paso por el boxeo, la tarea arbitral en el fútbol e incluso jugando en Marquesado, siempre estuvieron signados por la rúbrica de un gran tipo, sencillo, amable, buena gente. 


La vida, ese continente donde está dada la posibilidad de ser rey, villano o mediocre, te reservó el lugar de los grandes, por eso la honraste y te la ganaste a los sopapos nobles, en un deporte donde se mixtura la lucha, el triunfo y la derrota, como en la misma vereda de la existencia. 


Tu figurita de boxeador Liviano, esa estampa de unos 70 kg, casi promedio de los gladiadores del ring, ha quedado incorporada a un cuadrilátero ideal que llena las noches de gloria del Aldo Cantoni. Nada podrá sacar de allí a ese duende de palabra agradable y sencilla y corazón de poeta, parado con firmeza ante las piñas y los aplausos. Se enciende el ring de calle Urquiza y San Luís. Una voz engolada y gritona llama al centro de los sueños a un muchacho de Marquesado. Entra Raúl al tranquito elegante contorneando su figurita de cisne de algarrobo y cielo. La pasión se eleva desde las gradas. Te aplaudo, querido Raúl, a rabiar, hasta que la velada te consagre campeón y en una celeste aldea de gloria tu fama sea recibida jubilosa por un Señor que te ha reservado un lugar de privilegio.