El mundo cambió desde la aparición de internet. Estamos de lleno en la era digital. Todo resulta más cercano e inmediato. La inteligencia artificial está en el corazón mismo del cambio de época que vivimos. Muchas decisiones que se toman, en el ámbito económico, social, sanitario, etc., son el resultado de voluntades humanas, pero asociadas a una serie de cálculos algorítmicos. Nuestra era digital ha cambiado la percepción del espacio y el tiempo. También de nuestro cuerpo, dándole a éste un sentido de expansión de sí mismo que no parece encontrar límites.


En el ámbito socio-económico, los usuarios suelen quedar reducidos a simples "consumidores'', casi esclavos de intereses privados concentrados en unos pocos. A partir de los rastros digitales difundidos en internet, los algoritmos extraen datos que permiten controlar los hábitos mentales de las personas. Inducir al consumo, por ejemplo. También el espacio digital introduce cambios en las relaciones de las personas mismas, con fines políticos o comerciales. Y esto sucede sin que lo sepamos. Entonces tiene lugar lo que el papa Francisco en su discurso a la Asamblea de la Pontificia Academia para la Vida del pasado viernes 28 de febrero de este año, ha llamado "asimetría'': "mientras unos pocos saben todo de nosotros, nosotros no sabemos nada sobre ellos''. Así, el conocimiento se concentra en pocas manos, las desigualdades se amplían y las sociedades democráticas se ven en riesgo.


Pero no todo es peligro. Hay también méritos en este proceso digital. La Biología por ejemplo, está haciendo cada vez más uso de los dispositivos de la Inteligencia Artificial e inducen a cambios en la forma de gestionar e interpretar los seres vivos y con ello la misma vida humana. Claro que no basta con la confianza dispensada a quienes diseñan dispositivos y algoritmos, sino que es necesario crear organismos sociales intermedios que representen la ética de los usuarios. Y aquí viene el uso del vocablo "algor-ética'' que nos da el Papa. La complejidad del mundo tecnológico exige una elaboración ética más cuidada, para que asegure el bien de todas las personas.


La algor-ética puede llegar a ser un puente para que las virtudes invadan el ámbito digital, a través de un eficaz diálogo inter-disciplinario. Pero sepamos bien que la inteligencia artificial no posee por sí misma una fascinación milagrosa ni poderes extrahumanos. Nosotros somos quienes le delegamos poderes y de ahí la importancia de la ética del programador, del informático, dotado de suyo, de inteligencia natural. Es en esta última donde reside la grandeza de la dignidad de hijos de Dios.


No pocas veces tenemos la sensación de quedar "prisioneros'' de algoritmos que parecen tele-guiarnos, dejándonos como pasivos e inertes. Podemos finalmente, no ver claramente el bien que cada uno hace todos los días "desde'' la propia voluntad. No somos apéndices tranquilos de sistemas casi perfectos que guían nuestras conductas hacia el consumismo o ideologías de moda. Somos seres libres, y con la gracia de Dios, arquitectos de nuestro propio destino. 

Por Dr José Juan García
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo
Especial para DIARIO DE CUYO