Son tantas las pesadillas que nos circundan, que hemos de reaccionar siempre con sentido de humanidad, máxime en un momento de tantas hostilidades, donde nadie respeta a nadie, ni a las propias leyes internacionales. 


Cada jornada son más los países mudos, en el que los ciudadanos no pueden hacer oír sus voces porque afrontan riesgos graves, gravísimos, lo que dificulta la convivencia en un planeta cada vez más deshumanizado, desquiciado por mil patologías y desmembrado por la mentira, ante los mil atropellos que continuamente se suceden. 


Está visto que esta era del conocimiento nos deja sin tiempo para la reflexión. Todo es doctrina interesada y excluyente. Esta putrefacta atmósfera nos mata. Apenas podemos caminar libremente, ya que se impone la ley del más fuerte. Además, llegado al atardecer de la existencia, cuando no eres productivo te eliminan como si uno fuese un mero producto más de mercado. A este calvario, hay que sumarle el fenómeno de la explotación y de la opresión, empujado por una economía insensible que reduce al ser humano a un objeto más, sin voluntad alguna. Los efectos de este desorden son bien palpables. Hay un vacío que nos confunde a más no poder y nos deja sin aliento. 


En consecuencia, el abuso está a la orden del día, pues todo se relativiza al dinero y al poder, lo demás se degrada y se devalúa. Junto a este clima de arbitrariedades, más tarde o más temprano provocará su estampida, su descarga en forma de agresión y de contienda. En este sentido, también viene aumentando el riesgo de una carrera armamentística. Con razón el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaba de llamar una vez más a aplicar con rigor las sanciones a Corea del Norte tras sus continuos lanzamientos de misiles. 

La solidaridad es necesaria en varios puntos del planeta. 

Ojalá las nuevas generaciones movilicen una solidaridad desinteresada. Para eso, hacen falta líderes de amplios horizontes y de coherentes actuaciones. Precisamente, a mi juicio, el problema actual del planeta es la falta de liderazgo mundial. Necesitamos gentes de bien y bondad, capaces de aglutinar y no discriminar, de poner orden y de realzar políticas respetuosas con todos. Claro, por consiguiente, es necesario una educación que nos universalice en el pensamiento crítico y que ofrezca un pasaje de maduración en conciencia, en valores y principios de verdad. Progreso sin compasión no es más que una ruina del alma que, agotada, lleva en su culpa la pena.