"Las ruedas embarradas del último organito vendrán desde la tarde buscando el arrabal...".

Se nos ha ido Carlos Washington León. Jirones de tango lo acompañarán, porque la eternidad puede necesitar acomodar ausencias. Una de las músicas más prestigiosas y populares del mundo ha sido herida. "Las ruedas embarradas del último organito vendrán desde la tarde buscando el arrabal, con un caballo flaco, un rengo y un monito y un coro de muchachas vestidas de percal". El enorme poema de Manzi te agasaja, Charly, con ese incomparable dejo de melancolía casi irreparable, cuando alguien escribe para las melodías de Homero Expósito, aquel de Naranjo en Flor, entre otros dramas policromos. O te acompaña hacia el viaje la inagotable vivencia de Cátulo Castillo, en ese abrazo caliente de llovizna y café: "Llega tu recuerdo en torbellino, vuelve en el otoño a atardecer; miro la garúa, y mientras miro, gira la cuchara de café".


La querida Radio Universidad ha inventado de golpe un hueco donde depositar la nueva nostalgia de los domingos. No es fácil incorporar el alma cuando se sufre el azote de la muerte de un amigo. Tu voz cascada por los aleteos de los pájaros del tango, Carlitos, descifrando con maestría la historia íntegra de la canción porteña que se desparramó por el mundo, adoptará la forma de un mutismo de palomas entumecidas, de atardeceres sin desparramo de soles, de otoños como este, acribillados por el sinsabor de la triste despedida.


Vimos en los albores de la vida aquel muchacho enhiesto pintando malabares en su rol de campeón de casín, subsuelo bien sanjuanino de la Libanesa, y aquel que se fue forjando en comarcas de tangos, milongas y valses ciudadanos para dar su testimonio ante el mundo, menesteroso de saber de qué modo, con qué abrojos, vacíos y grandes amores se fue construyendo una de las más grandes expresiones y prodigios de la música; por eso, Carlitos, te llegaba a la radio mensajes de todo el mundo pidiendo la caricia de las melodías ciudadanas y codeándose amorosamente con tu decir campechano, que abrazaba al hablar.


El gran poema de Horacio Ferrer para una balada de Piazzola, puede caerte bien, entre los jardines dañados por un ratito en tu tránsito hacia la luz; luego la eternidad pondrá las cosas en su lugar, como corresponde a todo buen tipo: "Me pondré por los hombros de abrigo toda el alba, mi penúltimo whisky quedará sin beber. Llegará tangamente mi muerte enamorada. Yo estaré muerto en punto, cuando sean las seis".


Y te diré a modo de mensaje y recuerdo: me pondré tangamente los domingos de gracia, por los hombros azules que nos dejan aquí, esa ausencia gloriosa de las cosas fecundas, que a pesar del silencio se niegan a morir.

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.