"Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador…".

 

El papa Francisco en su magisterio sobre el amor conyugal nos ilumina sobre el fruto del amor conyugal: los hijos. 

La tercera pregunta del ritual matrimonial se refiere a uno de los votos o promesas conyugales: "¿Se comprometen a colaborar en la obra creadora de Dios, asumiendo su responsabilidad en la comunicación de la vida y en la educación de los hijos de acuerdo a la ley de Cristo y de la Iglesia?". En el plan de Dios, el matrimonio está orientado hacia la fecundidad física y espiritual. En el matrimonio, "el amor se vuelve fecundo", pues se debe cumplir la finalidad de la procreación y educación de los hijos. Dijo Dios: "Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra" (Gen 1,28). Los hijos son el don más excelente del matrimonio y fruto del amor de los esposos.

Escribe el papa Francisco: "El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal no se agota dentro de la pareja. Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre" (AL,165).

Dios ha querido establecer una "trinidad creadora": el esposo, la esposa y Él. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole (GS, 50). La apertura a la vida es un rasgo de identidad del matrimonio. Expresa Francisco: "Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida" (AL,80). Todo acto sexual debe quedar abierto a la vida (Catecismo, 2366).

Cada vez que se engendra una vida humana, comienza a existir un nuevo ser que es, a la vez, material y espiritual, formado a imagen y semejanza de sus padres y de Dios. Una persona, varón o mujer, a la que el Creador llama por su nombre a la existencia con la cooperación del amor sexual de sus progenitores. "Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del Padre, que mira más allá de toda apariencia", enseña Francisco (AL,168). 

 

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Bioquímico legista. Profesor en Química.