Un hijo es una bendición, un don de Dios, un ser único e irrepetible que ha venido al mundo con una misión especial, para bien de la sociedad y de toda la humanidad. 


El papa Francisco en su magisterio sobre "la alegría del amor" (Amoris laetitia) nos continúa iluminando sobre el amor que se vuelve fecundo y acoge la vida. Escribe Francisco: "La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen. Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos son amados antes de haber hecho algo para merecerlo" (AL,166).


Un regalo de Dios
En efecto, un hijo es una bendición, un don de Dios, un ser único e irrepetible que ha venido al mundo con una misión especial, para bien de la sociedad y de toda la humanidad. Se lo ama porque es hijo, se lo ama incondicional y desinteresadamente, se lo ama antes de haber hecho nada para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, incluso antes de venir al mundo.


"Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres.


Un nuevo hijo
El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado.


En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad" (AL,166).


"La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias numerosas como un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres" (Catecismo,2373). Dios es el autor de la vida y la fuente de los hijos. Por eso, hay que recibir a los hijos con alegría, confiando en la Paternidad divina que no nos abandona nunca, porque nos ama. "Sin embargo", escribe el papa Francisco, "numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?" (AL,166).

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Bioquímico legista. Profesor en Química