La exigente prueba internacional PISA, que organiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en la que participan 60 naciones a través de alumnos de la educación básica, y en la que Argentina no obtiene buenos resultados, tendrá una nueva convocatoria en 2015, en la cual nuestro país volverá a estar representado.
A pesar de los antecedentes desalentadores, el anuncio del ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, durante el primer seminario regional de evaluación educativa para el Mercosur, plantea un desafío a la educación argentina en momentos en que diversas fallas estructurales afectan a la enseñanza y el gran impacto docente por las medidas de fuerza en diferentes jurisdicciones, que dejan días de clase irrecuperables.
El optimismo ministerial debe alcanzar a todos los sectores de la educación argentina para lograr un aprendizaje competitivo, que nos devuelva el nivel de la educación que en otros tiempos fue un orgullo nacional, desde la lucha contra el analfabetismo hasta los logros universitarios. El camino inverso lo marcaron las últimas evaluaciones PISA, especialmente en los resultados de 2009, porque mostraron las deficiencias de los educandos argentinos y en la última evaluación, efectuada el año pasado, estuvimos disputando los últimos lugares de la tabla mundial: puesto 58 en comprensión lectora; 55 en matemáticas y 56 en ciencias.
Pero antes de salir a competir a nivel mundial, es necesario hacer nuestra propia evaluación para saber cual es la situación interna ante las exigencias educativas actuales. En ese sentido Uruguay, uno de los países con mejor calidad educativa de la región, creó el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, que no es estatal, y que cada dos años brinda un informe sobre la situación de la enseñanza de gestión pública y privada en escuelas rurales y urbanas.
Por eso es necesaria una profunda evaluación en los diferentes niveles educativos para analizar a todos los responsables de la formación del educando, de manera de ajustar los recursos funcionales y físicos de la escuela argentina, detectar a tiempo las fallas y evitar lo más preocupante: que los alumnos sean rehenes de los paros intempestivos que llevan al retroceso que después se comprueba en pruebas como la PISA internacional.