Los argentinos nos sentimos inmersos en un clima de crispación y estéril confrontación. La ausencia de una acción responsable como ciudadanos afectará al país, en el presente y en sus posibilidades futuras, a menos que los jóvenes se involucren en la vida ciudadana. Estamos necesitando del entusiasmo y la entrega del recambio generacional.

Según una encuesta realizada en febrero de 2008, al 74% de los jóvenes de entre 19 y 28 años les interesa poco o nada la política. Nos encontramos ante una realidad paradójica: por una parte urge la intervención juvenil y, por otra, se revela una actitud de apatía. Deberíamos tratar de entender el fenómeno y formularnos algunas preguntas, en especial respecto a qué significa hacer política en un país como la Argentina.

Si la política busca una mejora del estado actual de las cosas, de acercar lo posible a lo ideal, nuestra responsabilidad como sociedad civil es completa y de ninguna manera podemos prescindir de la participación de la juventud como sector dinámico con proyecciones hacia el futuro. También hay que reflexionar sobre el grado de compromiso de la sociedad en su conjunto. Es posible revertir el desgano juvenil. Prueba de ello es la muy activa participación juvenil en las últimas elecciones de Estados Unidos y Venezuela. Tampoco deberíamos olvidar el entusiasmo participativo de la juventud argentina en 1982 y 1983, previo al regreso del sistema democrático. La filiación a los principales partidos políticos fue abrumadora. Poco antes, en la década del ’70, la juventud era prácticamente dueña de la calle.

Más de un joven podrá argumentar que, a diferencia del pasado y de aquella participación, nuestro país no ofrece un presente demasiado rico en cuanto a la modernización y la calidad de las instituciones. Es cierto que existe una creciente falta de respeto al encuadre jurídico e institucional y a la división de poderes, a la inseguridad, a una educación pública deficiente, a los paros repetidos. Ante esta crítica realidad, Argentina necesita más que nunca la contribución de la juventud, capaz de lograr el cambio necesario en la República y en la democracia. Por su parte, los dirigentes de los partidos políticos deberán abandonar los personalismos y dejar surgir a personalidades jóvenes y prometedoras.

El mundo actual, incluidas las distintas generaciones, está atravesando una crisis profunda, que se extiende a los valores. Argentina no se encuentra al margen y es necesario que la juventud se involucre, ya que el presente republicano así lo demanda.