Como un vaso de agua en el desierto, como una bendición ante la adversidad, la gente acude a los parques para mitigar los agobios de veranos terribles, o encontrar allí sosiegos. En el parque encuentra también el rinconcito verde que no tiene en su departamento barrial de un segundo o tercer piso sin ascensor. En sus paseos reconstruye en caminatas la vida que va perdiendo poco a poco en las tensiones de la ciudad cada vez más inhóspita y violenta. Los parques no nos dejan morir de tristeza y contravida; de algún modo nos salvan el costado agreste del alma.

Cuesta entender por qué en nuestra provincia se les da tan poca importancia. Es cierto que acaba de inaugurarse uno, un intento valioso por encontrar caminos que es imprescindible descubrir en un desierto, para no sucumbir en esa vorágine de cemento que nos aparta de la naturaleza. Es necesario recalcar cuantas veces sea necesario que sólo tenemos dos de los parques más pequeños del país; nosotros que agonizamos de desiertos. Decir que el Parque de Mayo podría ser ampliado en un 50 % si se lo extendiera al actual Predio Ferial, otro lunar de cemento que sólo sirve para uno o dos eventos en el año y después está cerrado como ostra muerta en el medio de un páramo.

No puede ser argumento la necesidad de hacer allí la Fiesta del Sol. Mendoza realiza su "Americanto" en las adyacencias de los portones del Parque, y, en otras oportunidades, en la confluencia de sus autopistas.

San Juan necesita parques enormes para combatir su natural desierto. Además, de este modo, sería más hermosa. Mientras esto se proyecta y realiza, debe avanzarse sobre los espacios que están explícitos y, sin embargo, parece que no se ven; tales el que he aludido y los dejados por el abandono de los ferrocarriles, erradicando los focos de calor en lugares donde más falta hace el verde, los pulmones, los oasis urbanos.

Mientras estas cosas esenciales nos pasan por el costado, la gente acude a los ínfimos bolsones verdes que quedan. Allí se agolpa cada vez más como el pobre que clama alimentos en las puertas de un reino; como el indefenso que reza ante la indiferencia del próximo; como el sediento ante el pequeño manantial que cada vez más se contamina, hasta desaparecer.