El campo es una ciudad abierta. Torres dóciles de álamos han erigido un barrio donde sólo habitan los pájaros. El faro imprescindible del sol protege el rumbo de carretelas, arados y labradores.


Por allí será imposible el naufragio y el abordaje de piratas; los alumbramientos del sol son demasiado ingenuos para estas calamidades; todo lo que nace bajo su aliento es vida y sueños.

"El campo nos abraza fuerte como el reencuentro con un padre...".

Veo a lo lejos el rumbo que una bicicleta marca como el diseño de un poema intentado por una adolescente. Acá el frío o el calor no son nada más que eso, porque la pureza se encargó de respaldar las sensaciones y permitirles la tibieza de la autenticidad. Pero también los sentimientos son más puros, porque el campo es una trinchera sin odios, una ciudad que crece en terrones de gleba, ese destino ineludible donde las luchas y los pesares se erigen en pan de cada día junto a los disfrutes. En el campo todo es más simple, como simple es la voz de Cristo que proclamó verdades a la intemperie; o la sonrisa de un abuelo que resume lo mejor de su excursión por la vida; o un verso de Benedetti, que puede ser comprendido por todos.


Un primo que construyó su niñez y adolescencia bendecido por el silencio esencial del campo, allá por Médano de Oro, siempre me recordaba que cuando se vino de allá lo hería el ruido de la ciudad; que no podía establecer su vida entre ese bullicio enrarecido de incongruencias y las lastimaduras que le provocaban las ausencias del pájaro bobo y el cuchicheo del agua en las acequias.


Hasta que un día se fue, apretujado de silencios, de golpe como la acechanza de un aguacero repentino que semeja pura lágrima si nos agarra tristes. Yo lo veo pastoreando crepúsculos violeta y rezos de calandrias, cuadras más allá de calle Alfonso XIII.


El campo es una ciudad sin esquinas. En ese sitio preciso donde rumorean los sifones en las compuertas expeditas y pasa de largo el agua, no es que la calle doble, es que los ruiseñores han hecho una posta para cantar la vida y continuar con otras aventuras.


El campo nos abraza fuerte como el reencuentro con un padre, nos protege de acechanzas y nos cobija bajo un cielo de romances infinitos e indoblegables; es un permanente día abierto a la esperanza.