Estamos en plena "Semana de la Forestación''. Por tal motivo es bueno reflexionar sobre el tema. Es sabido que los seres vivos cumplimos un ciclo que es inevitable, tal cual lo creó Dios. Lo podríamos referir como nacer, crecer, vivir y morir. En este devenir, nadie tiene la vida comprada, como dice el adagio y por supuesto, dependiendo de las especies y la calidad de vida, algunos viven más que otros.


Si llevamos esta sentencia a la vida vegetal, nos hallamos con un ciclo de vida variado. Existen plantas de corta vida y otras como los árboles, que son bien longevos, con varios ejemplos de árboles añosos en nuestro planeta.


El principal factor de supervivencia de los árboles es el clima. Sabemos que estamos inmersos en lo que se denomina la "Diagonal Árida de América del Sur'', una franja que atraviesa nuestro continente desde la costa Sur de Ecuador hasta las mesetas patagónicas, siguiendo prácticamente el eje de nuestra Cordillera de los Andes.


Esta connotación es lo que más influye en la vida de nuestros amigos verdes. Aún así es muy difícil saber exactamente cuánto vivirá un árbol. Existen métodos para determinar con muy escaso margen su edad a través de la dendrocronología, que consiste en contar los anillos de crecimiento. Cada anillo representa un año de vida, pero nos dicen mucho más que su edad; de hecho, los anillos más delgados nos indican que las condiciones de esa temporada fueron muy buenas y que por lo tanto el crecimiento fue rápido; en cambio, los más gruesos nos dicen todo lo contrario: quizás hubo una sequía o el invierno fue muy frío y largo, impidiendo que pudiera crecer con la velocidad que solía hacerlo.


Y es que el clima es lo que más influye en la vida de las plantas. Tanto es así que los árboles que viven en climas muy fríos o muy cálidos son los que tienen una mayor probabilidad de vivir durante muchos años, llegando incluso a los 3 o 4 mil años.


El tema que deseo destacar es el periodo de vida útil que un árbol urbano puede tener, por lo que deseo referirme al arbolado público sanjuanino.


En la Ciudad de San Juan, los árboles en su mayoría fueron plantados en el periodo siguiente al gran terremoto del año 1944. Esto, como parte de la reconstrucción, con una atinada selección de especies, un sistema de riego y mantenimiento acertado, de los cuales podemos admirar algunos ejemplares de tipas, fresnos y plátanos.


Lamentablemente la inacción en los últimos años ha permitido que este rico patrimonio de los sanjuaninos se deteriore a tal punto, que nos encontramos con una arboleda original, en su mayoría decrépita por la falta de atención, podas excesivas, un sistema de riego arruinado por la falta de dedicación, un crecimiento urbano desordenado, sin planificación, barrios nuevos con árboles mal seleccionados y mal plantados, cuya consecuencia es la erradicación a los 15 ó 20 años y otro sinnúmero de hechos, de público conocimiento cuyo resultado es conocido.


La descentralización del control del arbolado público parece una acertada medida, aún no logra sus objetivos y mientras tanto los árboles mueren.



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