Cuando se piensa en el sentido más puro de la Navidad nos remitimos a la idea primigenia de compartir en unión. También el elevado concepto de la caridad, que unido a la fe y a la esperanza, forman las virtudes teologales. Pero en la práctica esa beneficencia debe realizarse con decoro y dignidad, sin dádivas sino con profundo amor fraternal.

Así, vecinos de distintas zonas de la provincia, al amparo de un espíritu singular, hicieron en estas fiestas una convocatoria familiar para reafirmar la plenitud del mensaje que estas fiestas llevan. Se trata de repartir el pan en familia, con los amigos y con aquellos que se encuentran solos y en estado de abandono. La iniciativa inminentemente social y nacida de los más claros sentimientos, reafirma una voluntad tácita de integración e inclusión en un espacio libre, que seguramente adornan con creatividad y buen gusto, de acuerdo con sus posibilidades legítimas.

Así mismo las entidades religiosas como Cáritas, han seguido recibiendo en las sedes parroquiales alimentos y regalos para la canasta navideña y hasta Reyes. Esta forma de servir a la comunidad se manifiesta a través de diversas ONG y aumenta las manos laboriosas, que trabajan por otros entregando tiempo y esfuerzo, a la vez que la acción movilizadora de la población se convierte en una colaboración espontánea y magnífica.

En tiempos difíciles el pesebre, el árbol, las luces no bastan; la materialización de una ayuda y la contribución espiritual de participar asumiéndose como personas en su identidad y pertenencia es loable. Mantener el espíritu vivo de la Navidad en cada hogar y en cada rincón aumenta las energías para proseguir con nuestra ardua tarea de vivir.