Sigue siendo la familia el espacio que califica como hogar aunque muchas veces se lo denomine, casa, departamento o vivienda. Se es familia porque en ese ámbito al menos hay un padre o una madre presente, más allá del rol que ocupe, e indefectiblemente conviven con al menos un hijo o una hija. La familia como institución ha sufrido muchos cambios pero se resiste por sus mismos lazos a perder uno de sus vínculos esenciales: los afectos. De ahí es que la misión fundamental de la familia es armonizar con los hijos, pues, logrando ese objetivo se garantiza de alguna manera que sus responsables se mantengan unidos. No se trata de hacer un análisis por el que acercándose a lo discursivo se aparte uno de la misma realidad que hoy viven las familias, pero hay cosas que merecen ser expresadas y escritas para que al momento de evaluarlas no generen posiciones timoratas difíciles de sostener.

"Los hijos suelen retardar hasta en 30 o 40 años de edad la toma de conciencia del valor que significan los padres para una afectuosa convivencia..."

El vertiginoso devenir social achicó la brecha generacional de vivencias entre padres e hijos, al mismo tiempo los intereses de los hijos en cuanto a los afectos no son muy distintos de los del adulto. Si bien es cierto que hay diferencias entre estos de tan sólo 13 o 14 años y con los abuelos de hasta menos de 30 años no pueden dejarse de asumir obligaciones que los identifican a unos y a otros como tales.


¿Cómo es posible sostener la armonía en un hogar cuando la psicología de sus integrantes es tan dispar pero los intereses son semejantes?


En una casa donde conviven más de cuatro integrantes, "llamar" a la correspondencia de los deberes de cada uno no es tarea fácil porque justamente aquello que hace a la convivencia misma no es el factor de los intereses sino sus lazos afectivos. El esfuerzo de ello depende en todas sus formas de los adultos a cargo de su sostenimiento, pues siguen siendo los hijos los receptores de los modelos actuantes y vivenciales que presentan los mayores.
¿Cómo entonces armonizar con los hijos? Necesitamos para tener respuestas efectivas observar que indicios muestran los hijos con sus mayores, pues, a menor cantidad de manifestaciones afectivas o cariñosas de hijos para con sus padres, mayores intereses existen de aquellos con personalidades ajenas al círculo familiar, por ende, si hay menor manifestación de afecto de los padres para con los hijos -mientras estos crecen- habrá mayor desatención de los adultos por los niños y jóvenes hijos. No se trata de que los adultos padres deban "estar encima de sus hijos o sobreprotegerlos" sino cómo se justifica una particular forma de amar que no es entendible o no traduce los verdaderos afectos. Queremos armonizar con nuestros hijos, entonces, debemos aprender a no dejar de manifestar los afectos hacia ellos ya que de por sí la tendencia es que se aparten de los adultos porque comienzan a ser compatibles en afectos con amigos, pares, personalidades extra familiares o modelos que muestran los medios gráficos o televisivos. 


¿Cuáles son los peligros que corren los vínculos por los sentimientos entonces? ¿Que los hijos se separan o se alejan de sus padres? No. Sino que los hijos retardan hasta en 30 o 40 años de edad la toma de conciencia del valor que significan los padres para una afectuosa convivencia y como estos pueden ser determinantes en contribuir a la armonía del hogar. Desentendiéndose así y desplazando los afectos familiares por simples logros, metas o realizaciones personales, los hijos, no terminan por sustentar los valores que fortalecerán vínculos al momento de tener que formar ya como adultos una nueva familia.


Por Mario Daniel Correa D'Amico 
 Profesor, filósofo y pedagogo, profesional de la educación con doctorado y especialización en el área.