Un tema de creciente expectativa en ciertos políticos y algunos empresarios es la oratoria, aunque pocos la conocen. En sentido estricto es el arte del bien decir, pero llevado al terreno político, empresarial y profesional es una poderosa herramienta para informar, formar, persuadir y convencer. Se nutre de la intencionalidad del comunicador y cumple sus objetivos si logra que el mensaje sea entendido y se convierta en acción favorable hacia sus propósitos. Más concreto, en la política esa acción se traduce en votos.

Tan antigua como la humanidad, tuvo su origen en Grecia y Roma y su mayor auge en la deliberación de los asuntos públicos y en la defensa de las causas que interesaban al pueblo y que efectuaban en el Ágora. De ahí el término "agorafobia'' para designar el estado de pánico que sobreviene a algunos oradores al enfrentarse con su público.

Fertilizada por la comunicación social esta disciplina se nutre de las ciencias del lenguaje; de las reglas de la fonética; de la teoría de la discursividad y de los desplazamientos o "kinesis''.

Uno de los riesgos de la oratoria es caer en la retórica vana, que aparenta decir verdades y solo expresa sofismas y a veces hasta falacias basadas en estadísticas tan convincentes como engañosas. Es así la artificiosidad llevada al grado sumo del populismo con éxitos que no son tales ni logros superadores, solo interés fraguado en vocablos.

El uso de la palabra social es una responsabilidad de los gobernantes y de todo aquel que detente poder, influencia, dominio porque la persuasión no debe confundir sino aclarar. Tras un año electoral, el hombre público debe reflexionar sobre sus palabras para que no sean solo inútil propaganda.