La identidad humana halla su pujanza en el testimonio, en el quehacer diario que nos trasforma y ensancha el corazón, en la vida misma que nos hace crecer y resistir a las muchas cruces que nos sembramos unos hacia otros, para desgracia de todos. En efecto, son muchos los conflictos que se cobran la existencia de muchas personas en todo el planeta.

Cada amanecer son más los niños que dejan la escuela, las familias que abandonan sus hogares, los seres humanos que huyen desesperadamente. Deberíamos detener este sufrimiento, con más asistencia humanitaria, con más corazón para aislar a los que no tienen alma, pues son puro veneno destructor. Por eso, tan importante como llamar a la calma es abordar sus causas subyacentes de manera irrevocable.

Necesitamos, por tanto, una fuerza internacional que nos aglutine a todos, y proporcione los apoyos necesarios para poner fin a estos lobos con fisonomía de persona. Es hora de trabajar conjuntamente, de salir de uno mismo para llevar algo de bondad a los demás, ante la multitud de itinerarios que nos atrofian.

Precisamente, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaba de expresar su profunda preocupación por el nivel de necesidades humanitarias sin precedentes y la amenaza de hambruna que enfrentan más de veinte millones de personas en Yemen, Somalia, Sudán del Sur y el Noreste de Nigeria.

El Consejo deploró que, en algunas zonas, no se logre garantizar el acceso de los equipos humanitarios y pidió a las partes acabar con los obstáculos para servir asistencia vital a los civiles.

De manera concluyente, deseo subrayar que si importante es reducir el riesgo de desastres naturales que obstaculizan el desarrollo, no menos significativa es la labor de una ciudadanía solidaria, preparada a cooperar entre sí, por propia conciencia humanitaria, más allá de cualquier frontera o frente que se le presente. Estamos corriendo el grave riesgo de globalizar los enfrentamientos, en vez de mundializar aquello que nos humaniza. 

La humanidad tiene necesidad de otros líderes que activen la reconciliación. Quizás tengamos que soltar muchas más lágrimas, puede que sea la hora del llanto, pero tras de sí, estoy convencido de que volverá a resplandecer lo armónico, una vez despojados de la ambición de poder, de la avaricia e intolerancia.

Una vez más, propongo firmemente cerrar la industria armamentista y abrir la industria del verso y la palabra, de los jardines abiertos al diálogo, lo que nos exigirá pedir perdón, tener más compasión, y gemir hasta que florezcan de poesía los caminos del alma.

Subsiguientemente, cada paso que demos debe caracterizarse por una actitud de entrega desinteresada, incluidas las más distantes a nosotros y desconocidas por nosotros. Sólo así, conseguiremos hermanarnos, y edificar la concordia que las gentes de bien tanto anhelamos.