Un mayor consumo es generador de mayor producción, lo que queda en evidencia en algunas actividades.


El tema del consumismo ha tenido una larga trayectoria en los debates sobre la sociedad. En términos generales, y por razones mayoritariamente religiosas, hay un grupo importante de analistas que consideran que la sociedad estaría mucho mejor si no cayéramos en el consumismo, considerado como dar un lugar muy importante al consumo de todo tipo de bienes y de servicios. Tan preponderante que hay personas que se consideran infelices si no pueden estar consumiendo continuamente y otras que miden su valía en términos de la cantidad y calidad de lo que consumen. Todo ello en un ambiente cultural que se ha llamado "cultura del descarte", consistente en deshacerse de satisfactores que tenían todavía mucha vida útil, con tal de continuar consumiendo.


Hay otros analistas, que, por razones mayoritariamente económicas, señalan que es necesario que la sociedad consuma más. Al consumir se genera empleo, el empleo a su vez genera más consumo y se genera un círculo virtuoso que desarrolla la economía. En un ejemplo sencillo se comenta que si en una sociedad los consumidores, por ejemplo, redujeran a la mitad el número de blusas y camisas que adquieren al año, provocarían el desempleo de costureras, fabricantes de telas e hilos, de fibras sintéticas o naturales, dañando a distribuidores y vendedores e incluso de los que reciclan esas prendas.


La pandemia del Covid-19 ha provocado sin quererlo un experimento en este sentido. Al pedir a la sociedad que se recluya con sus familias, que salga lo menos posible, se ha provocado una gran reducción de consumo. No sólo se compra lo necesario: no se asiste a espectáculos, se reduce enormemente el gasto en combustibles, las tiendas departamentales no venden ropa y artículos del hogar, provocando artificialmente una contracción muy fuerte en el consumo.


Las consecuencias de este experimento no provocado ha sido una reducción fuerte en la economía de los países, un desempleo muy importante que puede ser de millones de personas.


¿Qué aprendemos de este curioso experimento? Por lo pronto, que las prédicas para reducir el consumismo no consideran todas las consecuencias de esa acción. Reducir bruscamente el consumo trae consecuencias muy importantes y terminan haciendo daño precisamente a los más pobres, quienes se supondría que se beneficiarían si no hubiera desperdicio en la sociedad. Y es que no se puede considerar a la economía como un sistema cerrado y operado por unos cuantos factores. La economía es extraordinariamente compleja y su funcionamiento depende de múltiples factores. Suponer que cuando el público consume menos, esos bienes se irán en automático a las personas de escasos recursos, es totalmente ilusorio.


La solución, claramente, no es solo consumir menos. Es lograr que los excedentes que se generan al no consumir en la misma medida, se destinen a mejorar la situación de los trabajadores y personas de escasos recursos.


No es sencillo. La solución no radica solamente en los aspectos religiosos ni en los aspectos económicos. O sea: se requiere de una sociedad generosa, dispuesta a desprenderse de una parte de su patrimonio para apoyar a las clases menos favorecidas, pero también se requiere de dirigentes empresariales, de especialistas en economía, que encuentren la mejor manera de dar un buen uso a esas aportaciones solidarias. De otro modo, incluso cantidades importantes, como las transferencias de los emigrantes, sólo tienen efectos a corto plazo.

Por Antonio Maza Pereda
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