La celebración de la Semana santa comienza con el "¡Hosanna!" de este domingo de Ramos, y llega a su momento culminante en el "¡Crucifícalo!" del Viernes santo. Pero no se trata de un contrasentido; es más bien, el centro del misterio que la liturgia quiere proclamar: Jesús se entregó voluntariamente a su Pasión. Con el "¡Hosanna!" y el "¡Crucifícalo"; estas dos palabras, gritadas por la misma multitud a pocos días de distancia, se podría resumir el significado de los dos acontecimientos que recordamos en la liturgia de este Domingo denominado "De Ramos en la Pasión del Señor".

La lectura de la página evangélica que escuchamos hoy pone ante nuestros ojos las escenas terribles de la Pasión de Jesús: su sufrimiento físico y moral, el beso de Judas, el abandono de los discípulos, el proceso en presencia de Pilato, los insultos y escarnios, la condena, la vía dolorosa y la crucifixión. Por último, el sufrimiento más misterioso: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?". Un fuerte grito, y luego la muerte.

Para entender lo que sucedió el domingo de Ramos y saber qué significa, no sólo para aquella hora, sino para toda época, es importante un detalle, que también para sus discípulos se transformó en la clave para la comprensión del acontecimiento, cuando, después de la Pascua, repasaron con una mirada nueva aquellas jornadas agitadas. Jesús entra en la ciudad santa montado en un asno, es decir, en el animal de la gente sencilla y común del campo, y además un asno que no le pertenece, sino que pide prestado para esta ocasión. No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes del mundo. El evangelista san Juan relata que, en un primer momento, los discípulos no lo entendieron. Sólo después de la Pascua cayeron en la cuenta de que Jesús, al actuar así, cumplía los anuncios de los profetas. Recordaron, dice san Juan, que en el profeta Zacarías se lee: "No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un asno" (Jn 12,15; cf. Zac 9,9). Para comprender el significado de la profecía y, en consecuencia, de la misma actuación de Jesús, debemos escuchar todo el texto de Zacarías, que prosigue así: "El destruirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; romperá el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra" (Zac 9,10). Así afirma el profeta tres cosas sobre el nuevo rey.

En primer lugar, dice que será el rey de los pobres, pobre entre los pobres y para los pobres. La pobreza, en este caso, se entiende en el sentido de los "anawim" de Israel, de las almas creyentes y humildes que encontramos en torno a Jesús. La pobreza, en el sentido que le da Jesús, presupone sobre todo estar libres interiormente de la avidez de posesión y del afán de poder. Ante todo, se trata de la purificación del corazón, gracias a la cual se reconoce la posesión como responsabilidad. La libertad interior es el presupuesto para superar la corrupción y la avidez que arruinan al mundo. En segundo lugar, el profeta nos muestra que este rey será un rey de paz; hará desaparecer los carros de guerra y los caballos de batalla, romperá los arcos y anunciará la paz. En la figura de Jesús esto se hace realidad mediante el signo de la cruz. Es el arco roto, en cierto modo, el nuevo y verdadero arco iris de Dios, que une el cielo y la tierra, y tiende un puente entre los abismos. La nueva arma que Jesús pone en nuestras manos, es la cruz, signo de reconciliación, de perdón, del amor que es más fuerte que la muerte. Cada vez que nos hacemos la señal de la cruz debemos acordarnos de no responder a la injusticia con el odio, a la violencia con la agresión. Debemos recordar que sólo podemos vencer el mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal. La tercera afirmación del profeta es el anuncio de la universalidad. Zacarías dice que el reino del rey de la paz se extiende "de mar a mar, hasta los confines de la tierra". Superando toda delimitación, él crea unidad en la multiplicidad de la diversidad.

Las tres características anunciadas por el profeta: pobreza, paz y universalidad, se resumen en el signo de la cruz. Hubo un período, aún no superado del todo, en que se veía a ésta como la negación de la vida. Sin embargo, el domingo de Ramos se nos dice que la cruz es el auténtico "si", y que no hallamos la vida apropiándonos de ella, sino donándola. Pero en la Semana Santa que hoy iniciamos también se nos proclama que la Verdad padece pero no perece; por eso el anuncio del domingo que viene será: "Jesús no está en el sepulcro. Ha resucitado y vive para siempre entre nosotros".