Resulta paradójico que en un país cerealero como el nuestro, la exportación de trigo haya sido limitada. La teoría oficial, avalada por la presidenta Cristina Fernández, dice que primero hay que alimentar a los consumidores argentinos y luego exportar. Es un concepto curioso que parece desconocer el circuito de la producción. No hay bien, y menos aún de origen agropecuario, que primero se fabrique para un destino, y luego para otro.

Otra idea que dio origen a la distorsión actual es la que afirma que los argentinos no pueden comer a "precios internacionales''. Para cumplir con ese objetivo se fijaron los derechos de exportación y las compensaciones a la industria procesadora por el cual el Estado subsidia, en el caso del trigo, a la industria molinera. Desde 2007 hasta la actualidad, este sector recibió 2.250 millones de pesos en compensaciones y lo cierto es que el precio del pan no ha bajado. En consecuencia, los consumidores tampoco se han visto favorecidos por la supuesta protección.

En rigor, el Gobierno nacional no cree en la competencia y eliminó la tradicional puja que existía entre molineros y exportadores por abastecer de la materia prima. Según cálculos de de la Federación de Acopiadores de Cereales, ese esquema derivó en una fenomenal transferencia de ingresos, subsidios a sectores no necesitados, y beneficios a competidores externos por un total de 3.000 millones de dólares en las últimas cuatro campañas. Además de esa transferencia de ingresos de los productores hacia otros eslabones, actualmente quienes producen no tienen quien les compre el trigo que acaban de cosechar.

La venta del trigo era la caja de fin de año que permitía solventar los gastos del primer trimestre del año, algo que ahora no existe. Un ejemplo puede ilustrar lo afirmado. En la localidad de Suipacha, provincia de Buenos Aires, por la distorsión del precio deja de entrar un millón de dólares. Ese es el dinero que no ingresa en una localidad de 10.000 habitantes. Frente a esta realidad, los intendentes de la provincia de Buenos Aires no quieren volver a ser la cara visible del poder político que enfrente el malestar de los productores.

Lo curioso de esta batalla por el trigo es que sucede cuando se están obteniendo rindes altísimos, producto no sólo del buen tiempo sino también de la apuesta por la tecnología que el agro sigue haciendo más allá de los errores conceptuales y de las recetas equivocadas de los funcionarios.