Siempre se ha hablado sobre la vulnerabilidad de los niños, las mujeres y los ancianos. Se ha dicho que esa vulnerabilidad es potenciada por la pobreza, la ignorancia y la insolidaridad social.
En este mismo momento ¿podemos imaginarnos la vulnerabilidad que están sufriendo millones de niños, mujeres y ancianos de Haití? Se trata de personas que son pobres y que lo eran antes del terremoto que en enero último sacudió a ese país. Que carecen de una educación apropiada, servicios básicos, con instituciones prácticamente inexistentes, desposeído de lo poco que tenían y arrebatados de los únicos tesoros que la vida le ha permitido tener: los hijos, padres y hermanos. Imaginar esa situación, sin duda, es un ejercicio intelectual difícil y doloroso.
En medio de esa dura realidad vemos, como siempre, los extremos de la naturaleza humana. Desde desinteresados actos de amor y solidaridad de los gobiernos y ciudadanos del mundo entero, hasta la carroña de los que en medio del caos roban, violan, saquean y secuestran a niños para alimentar las redes de prostitución infantil y el tráfico de órganos.
Vemos a parejas de diferentes nacionalidades con trámites de adopción de niños haitianos iniciadas antes del terremoto solicitando desesperadamente ayuda para sacar a sus hijos del infierno y también vemos las reacciones de los Estados entre ellos el argentino, que después de evaluar los abusos producidos por la promoción de la adopción internacional, ha fijado su postura desaconsejándola.
Considero que no es el momento de analizar lo positivo o negativo de la adopción de niños, ni cuáles son los motivos por lo que algunas parejas toman ese camino, pero creo que la Cancillería argentina debió prestar toda la asistencia posible a las 14 familias que han viajado en busca de sus hijos, que por otra parte son ciudadanos argentinos.
Me sublevo cuando la burocracia se impone sobre los sentimientos o las urgencias más elementales. Es como si no socorriéramos a los heridos que todos los años ocasiona la pirotecnia. El Estado advierte los peligros y desaconseja su uso, pero ante un caso puntual de una tragedia asiste inmediatamente al herido y no lo abandona a su suerte a manera de un velado castigo o reproche.
Tampoco entiendo por qué ni los organismos internacionales ni los gobiernos -no sólo el argentino- se han interesado en proponer un sistema de protección temporal de niños que esté bajo su guarda y responsabilidad, por fuera de la adopción, respetando y garantizando la identidad de cada uno de ellos, y la transitoriedad de la situación. Seguramente habrá un sin fin de explicaciones, operativas, filosóficas, políticas, psicológicas y sociológicas, por las cuales no se realiza, pero confieso que no tengo voluntad de escucharlas. Sólo me interesa ver los niños haitianos a salvo y en mejores condiciones de vida.
El Gobernador José Luis Gioja, probablemente sea el único dirigente nacional que ha solicitado ante la Cancillería argentina la toma de una posición de este tipo, ofreciendo los recursos físicos y humanos que posee la provincia de San Juan para la atención de la infancia. Hasta ahora no ha habido respuesta. Seguramente habrá funcionarios y expertos estudiando los alcances y connotaciones de la medida. Es correcto e importante no tomar decisiones apuradas que puedan ocasionar daños mayores, pero qué daño puede ser mayor que la pérdida de una vida y no hablo sólo de la muerte que sin duda acecha, hablo de la indignidad del sometimiento y los peligros que dejan huellas en la carne y en el alma. Los mismos que en estos momentos están afrontando los niños y niñas en las calles desbastadas de Haití.