Con el pedido de renuncia al titular de la cartera de Turismo, el martes último, la Presidenta de Brasil sumó la caída del quinto ministro de su gabinete, en los últimos nueve meses de gestión, y en todos los casos por hechos de corrupción que le han originado un alto costo político-partidario, pero a la vez ha subido en las encuestas de apoyo popular.

Dilma Rousseff ha sido implacable en la decisión de limpiar su manchada administración, a costa del esfuerzo de mantener estable la coalición partidaria que la llevó al poder, ya que varios de los miembros de su gabinete provenían de las filas del Partido de los Trabajadores y del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, integrante de la coalición oficialista. En ese sentido no ha sido fácil para la mandataria echar a ministros de gran peso, que había heredado del antecesor gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, como han sido el jefe de Gabinete, Antonio Palocci; y los titulares de Transportes, Alfredo Nascimento, y de Agricultura, Wagner Rossi, todos renunciados por dádivas y cohecho, en tanto que el ministro de Defensa, Nelson Jobim, dimitió por las críticas que hizo a dos funcionarias, lo que totaliza una depuración en 37 cargos de rango ministerial.

La firmeza ejemplarizadora de la jefa del Estado brasileño para combatir la corrupción gubernamental ha fortalecido su figura ante la opinión pública, que con diversas manifestaciones callejeras se ha pronunciado en favor de la purga que lleva a cabo, gracias al aporte del periodismo independiente, que con denuncias y pruebas irrefutables, posibilitaron desenmascarar a los funcionarios involucrados en situaciones escandalosas. Se sumó otro episodio oscuro, cuando la Policía Federal detuvo a autoridades de la cúpula de Turismo sospechados de robar fondos destinados a cursos de capacitación para el Mundial de fútbol de 2014.

Estos acontecimientos insostenibles en un gobierno que la prometido limpiar la corruptela crónica enquistada en el gobierno, le produce a Rousseff serios problemas administrativos ante compromisos internacionales como Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro y, obviamente, la normalidad de su gestión. Pero como contrapartida, el apoyo popular ha fortalecido a la presidenta, según sondeos de opinión, y la confiabilidad de la prensa no comprometida que es escuchada por los gobernantes. Son ejemplos de una convivencia civilizada, para hacer realmente transparente a la administración pública y condenar a quienes pretenden impunidad al sentirse protegidos bajo la sombra del poder.