"... Edad de oro del tejo, la guarapa escondida,...edad de oro que nos tiene prisioneros de sentimientos nobles y risas bien ganadas...". 

"No lo infles mucho que puede explotar", advertía mi madre. En el centro de la salita donde pasábamos gran parte del día, el "Primus" (como reza el tango) "era señor". El viejo calentador de bronce, a kerosene, con la pavita encima, entre suspiros húmedos deshojaba los vapores de la vida; decía las cosas simples entre mate y mate y seguramente llorisqueó en esta ciudad a veces tan dura e inexplicable, entre sismo y sismo -como nosotros- sin comprender nada.


Durante mucho tiempo y hoy en hogares humildes, el aparatito fue fogón, estufa y compinche de noches en velas y reuniones familiares; como el viejo brasero que construíamos, al que se le combatía las emanaciones del carbón con cáscara de naranja.


Edad de oro del tejo, la guarapa escondida, las figuritas, el trompo, las "rondas de las muchachitas" que recordamos en un vals, el juego del anillito, las fogatas, los juguetes caseros; edad de oro que nos tiene dichosos prisioneros de sentimientos nobles y risas bien ganadas; siempre una de cal y una de arena, la lógica de la vida; por eso uno no puede liberarse de los dolores que se cuelan por las ranuras de estos deliciosos recuerdos, porque la tardecita que gané de punta a punta en el tejo, murió la hermanita de mi amigo; entre ronda y ronda de las muchachitas se me filtraba la mueca de algún problema familiar; la posesión de figuritas me acomoda en la almohada el recuerdo agrio de mi imposibilidad de reponer las que se iban convirtiendo en pasas de cartón pintado, porque mi padre era un humilde empleado de cuyo sueldo estirado hasta lo epopéyico todavía me cuesta comprender cómo hicieron con mi madre para dar un título universitario a tres hijos. Entre triunfos y tumbos, hay un balance justo y razonable por el cual estoy absolutamente seguro que fui y soy feliz. 


El Primus noble reina digno por sobre los vapores de mi vida. Entonces todo costaba menos: una alegría se construía con latas y algunas maderitas; una pelota con largas medias irrecuperables, entre vuelta y vuelta, "papa" y "papa". Las manos infantiles eran más hacedoras, más útiles. Hoy, por el territorio indescifrable de algunos sueños que por ahí asaltan, persigo la de trapo que no alcanzo; retorno a mi casa desde la canchita; busco a mis padres ausentes entre bambalinas de humos azules y el Primus cordial me saluda desde el centro de la salita, corazón de bronce y alegrías, pedazo de nosotros que quedó para testimoniar lo más dulce de nuestra vida.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete