Por unos días vacía, la esquina de Peatonal Rivadavia y Tucumán llora y llora. Se descuelga del frío una tortolita y en su planeo balbucea un responso parecido a un cascabel. Los peatones pasean gestiones, preocupaciones y ausencias, pero San Juan sigue. Serán pocos los días -lustrabotas Juan Domingo Ahumada (en San Juan, lustrador)- en que tu almita herida faltará a la cita de los brillos. Hay sabios que aseguran que siempre se vuelve al mejor amor; por eso, allí estarás de pie, triunfante no obstante, con tu trofeo de sueños custodiando el futuro de tus hijos, Ahumadita, vos que con tu paño lustroso y bigotudo de rutinas les diste una carrera universitaria.


Una lluvia como vuelos de plumas traslúcidas cae sobre la Ciudad. Todo puede desplomarse de golpe sobre un sitio abandonado por uno de sus personajes. Los álamos semidesnudos mecen el invierno en cunas heladas. El frío es más frío ante las ausencias. A uno se le antoja que todas las muertes debieran atropellar la luz en invierno y dejarle las sinfonías de la vida a las demás estaciones. 


He charlado contigo, Ahumadita, aquella mañana cuando engalanaste mi paso con tus caricias de luna. Hablamos sobre tu visión simple y sabia de la vida, sobre tu hogar iluminado y tus hijos profesionales gracias al tesón de tus porfías por la calle juntando moneditas a pases mágicos como quien junta utopías. Conocí entonces un hombre con letras heroicas. Desde el compás de mi tranco apresurado y lustroso, me fui murmurando desde el pecho la lección recibida de tu discurso de quijote. 


Con cuan poco se puede hacer tanto; así como puede no lograse nada con ostentosas escenas, con gestos grandilocuentes, con grandes parodias. 


Recuerdo que escribí alguna vez acerca de un lustrabotas y con destino de zamba: "Cuando alza el lustre la noche con estrellas de anilina, y un San Juan de viento Zonda hace hojarasca las risas, un lustrabotas encuentro en lo mejor de mi vida''.


No sé si podré componerte algo, Ahumadita, aunque es mi humilde deseo. Eso, al fin, es un cometido de la inspiración, tirana musa que a veces llega y a veces no. Sí sé que los símbolos de las calles y las plazas (sus personajes) merecen el homenaje público traducido en recuerdos. El día que alguien le ponga a una calle o a una esquina el nombre de algún ser común que nos honró con su humildad y su autenticidad, la provincia se sentirá más orgullosa.


Desde la vereda de enfrente, crúcese en diagonal hasta su alma, Grillo Malbrán y cántele una tonada con un buen cogollo. No lo dude, él está ahí.
 

"Seguramente, el alma de Ahumadita estará flotando entre placas y nostalgias".