Cuando aquí hablamos de política no lo hacemos en el sentido aristotélico de ser la ciencia que conduce en búsqueda del bien común y la felicidad del pueblo sino en el más vulgar y usual de hacer cosas que la gente entienda, que alegren el alma, mantengan la calma, agreguen credibilidad de los gobernantes y contribuyan diariamente a la paz social. Algunos podrán llamarlo demagogia, pero sólo es hacer al menos algo de lo que la gente espera. Algunas democracias del mundo han avanzado a grados muy altos de participación pero, no obstante, todas mantienen ese grado primitivo de pasión por lo simple y lo “popular”. Aun en los países más estables, como algunos europeos o nórdicos, las administraciones hacen equilibrio entre el rigor de las verdades económicas y la blandura de actividades o expresiones que llegan al corazón. Todos los pueblos lo piden y necesitan. No se puede vivir en un calvario permanente. Una frase del Che Guevara en medio del caos y la pobreza de los primeros años de la revolución cubana da idea simple y clara: “Si no tenemos nada para repartir, habrá que repartir moral”.

Dorar la píldora, motivar, es lo que todo gobierno necesita hacer para mantener el equilibrio emocional de su población, sobre todo cuando las situaciones son difíciles. Pues el gobierno de Macri está haciendo todo lo contrario. 


¿Será tal vez que persiste el deseo de diferenciarse de los excesos de Cristina? Si así fuera denotaría un severo problema psicológico pues esto ya ha quedado suficientemente claro. Pero no, da la impresión de que, sea por deformación profesional viniendo muchos funcionarios del campo empresario o falta de imaginación, lo que realmente pasa es que se menosprecia esta parte del trato con el votante. Posiblemente el caso más fuerte fue el intento racionalmente indiscutible de ajustar las tarifas de luz y gas sin tener en cuenta la capacidad de digestión de los usuarios. Como era previsible, se tuvo que retroceder. Pero recientemente, pese a haber transcurrido un año de experiencia en el manejo del Estado con varios alambrados llevados por delante, han aparecido cosas inauditas, casi propias de la ingenuidad de un bebé. Vayamos por caso. 


Con un sentido que nadie ha logrado explicar razonablemente, se anunció el cambio en el carácter inamovible de la fecha que recuerda el último golpe de los militares en el siglo pasado. ¿Búsqueda de enfocar un adversario débil como se supone serían agrupaciones de Derechos Humanos? Mala evaluación, los DDHH son un bien definitivamente adquirido por los argentinos sea cual fuere su ideología. ¿Agregado de un fin de semana largo en el mes de marzo? Sería bochornoso que nadie se hubiera dado cuenta de que, justamente este año, el 24 cae viernes. 


Tercer caso, el intento de arreglar una antigua deuda nada menos que de la empresa cuyo principal accionista es el padre del Presidente y tal vez sus hijos como herederos naturales. ¿Que los problemas los originó el peronismo en dos gobiernos distintos, uno privatizando el Correo y el otro reestarizando? ¿Que en los 12 años de kirchnerismo se pudo haber cobrado algo y no se lo hizo? ¿Que se pudo haber mandado perfectamente a la quiebra por deudas al grupo Socma? Todo verdad pero, ¿cómo se explica a la gente que justo ahora hacía falta arreglarlo sin la sospecha de conflicto de intereses? Esta semana se anunció que todo vuelve a fojas cero. 


Lo último raya sin más en la estupidez. La Anses intenta modificar la forma de liquidación de beneficios de los jubilados para corregir una “falla técnica” del reglamento. El titular del organismo, creyendo que estaba en una clase de matemáticas, salió a explicar que se debía aplicar una raíz cuadrada. Increíble, ¿no? Consecuencia: reducciones mínimas pero reducciones al fin de entre 17 y 128 pesos (más o menos entre 1 y 8 dólares) según se cobre el mínimo o máximo, ¿Afectados? 17 millones trescientas mil personas contando pensiones de todo tipo, Asignación Universal por hijo y otras. Prácticamente todo el electorado porque en cada familia hay algún beneficiario. ¿Resultado? Temor original que debieron salir a aplacar, inicio de desconfianza por eventuales futuras acciones en contra del sector y neutralización (al menos parcial) de todos los beneficio otorgados por este gobierno, como la reparación histórica de los montos a pagar, los ajustes correctos para los nuevos jubilados y los créditos blandos.
A todo esto se agrega, en Cambiemos, la presencia de varios socios librepensadores que no están dispuestos a hacerse cargo de los costos de gobernar y actúan como si formaran parte de una coalición francesa o italiana, lugares donde los gabinetes son volátiles y no son tan fuertes tanto el rol de los ejecutivos como las figuras presidenciales.


La oposición se ha comportado hasta ahora con gran madurez y no son justas las críticas recientes de Marcos Peña, el Jefe de Gabinete, sobre “chicanas” y otras malicias. En el Parlamento se ha llegado a acuerdos difíciles, los más recientes, las modificaciones en la forma de cobrar Ganancias y esta misma semana la nueva ley de Riesgo del Trabajo. Será difícil sostener esa conducta en el año electoral. No se puede pedir tanto. Finalmente, es tan evidente el desgaste que provocan las zozobras permanentes en la toma de decisiones, que ya cualquiera se anima a denunciar penalmente a las más altas autoridades, como acaba de ocurrir con un fiscal que decidió imputar a Presidente y Ministro por un hecho que no ha causado estado porque todavía está en trámite, como es el expediente del Correo. En el ejercicio del poder, se debe administrar y hacer política. Hacer solo lo primero puede dejar las decisiones en manos de tecnócratas carentes de sensibilidad. Hacer solo lo segundo conduce a contradecir permanentemente la lógica y la aritmética. La cualidad correcta es la del tecnopolítico, aquella persona que conoce sus materias y conoce también los contextos y el sentimiento del pueblo que conduce. 
 

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