Enredado y protegido por la bandera sonora de una cueca, se nos ha ido Gilberto Ávalo. Nos honró con su canto.

Nos prestigió hacia afuera con su obra, fundamentalmente sintetizada en una cueca que es hoy emblema contemporáneo de la música de cuyo: "Canta, canta San Juan".

El "Beto" se ha marchado por un rato. Ha adoptado ese silencio extraño que de pronto se mete hasta los huesos con la muerte, pero como gesto momentáneo de que algo esencial, intensamente triste ha ocurrido.

Digo: por un rato, porque el hombre vuelve rápidamente por su obra. Supera el vacío momentáneo que deja una desaparición física, para encarnarse en el aire donde fue alguien y pararse de frente ante los tiempos, si esa obra fue artística y tuvo el privilegio de trascender.

Los pájaros agradecen al cantor que los acompaña en su quimera por la belleza expresada. Los ríos esforzados de esta tierra de luz y sacrificios agradecen a quienes les han colocado puentes para cruzar las canciones que acunan. Todos debemos estar felices de que en esta San Juan de la Frontera se festeje y se homenajee el canto.

El cantor extinto ha proclamado definitivamente: "San Juan se nos mete dentro, igual que el vino patero, como el sol de la mañana, entre la carne y el cuero". Y torcacitas de vino nuevo le responden con tonadas cadenciosas y valsecitos amantes.

Rejas herrumbrosas de viejos balcones de Valdivia no dejarán jamás de esperar una serenata.

El Beto, en la barquita azul de la eternidad, mece sus coplas nobles, mientras sus dedos cosechan en una guitarra indestructible uvas de este enero donde han muerto dos cantores recientemente (incluyo a Hugo) y San Juan -uno cree- ha perdido algunas hojas de su árbol esencial.

Luisa, su esposa y compañera de las utopías del canto, con quien sembró páginas trascendentes en ese gran conjunto que fue "Los Trigales", sabe que la sombra que se aleja por un instante vuelve en atardeceres floridos, en acequias caminantes, en rasguidos esclarecidos.

Todo sigue siendo más o menos igual cuando el hombre ha sembrado música que no lo dejará morir, porque la muerte es un relámpago que nos conmueve con su trueno, pero que pasa a ser estrella imperturbable si hemos llenado la vida de gracia.

Agradecemos las noches donde colgaste un lucero en el cenit del alma. Agradecemos las tonadas que en boca de ustedes convocaron mieles. Te agradecemos haber nacido en esta tierra que tantas veces queda en deuda con sus hacedores.

La tarde musita: "Canta, canta San Juan, mi vino te ha de ayudar, para que alaben tu canto, tu risa, tu llanto, para que sepan en Cuyo que ya te vas despertando".