La revuelta juvenil, iniciada el sábado pasado en el barrio londinense de Tottenham, al tornarse violenta una protesta contra la policía por un presunto caso de "gatillo fácil”, sumó ayer la quinta víctima fatal mientras hay más de mil detenciones, centenares de allanamientos y el Gobierno británico apela a medidas extraordinarias para preservar la precaria calma.

La ola de disturbios callejeros, desencadenada en Londres y extendida a a otras ciudades, dejando cinco muertos, más de 1.700 detenidos, 700 procesados y pérdidas por 180 millones de libras, ha sorprendido al mundo tanto por la magnitud de la violencia como por la furia de los jóvenes protagonistas, algunos casi niños, que no tuvieron reparos para saquear cientos de negocios, incendiar edificios y vehículos y enfrentar a la policía. En principio todo parecería indicar que la revuelta tiene connotaciones políticas y económicas por su similitud con las protestas que cunden en Europa como consecuencia de los ajustes gubernamentales para afrontar la crisis financiera, pero es un contexto social más complejo y con base generacional. Es la juventud que observa un horizonte donde no podrán satisfacer sus aspiraciones porque serán depositarios de las consecuencias de los desaciertos del mundo desarrollado. Será una generación que no verá cumplidos sus sueños porque estará atada a una recesión condicionante. Lo palpan porque son profesionales desocupados o estudiantes que no pueden asumir los mayores costos de la educación, igual que sucede en Chile, por ejemplo, pero fundamentalmente enfrentados con una realidad económica que jamás imaginaron, a partir de la burbuja financiera estadounidense.

Como los jóvenes pro-democráticos de la "primavera árabe”, a principios de año en el Norte de África, el detonante y la modalidad del estallido coinciden con los británicos, más aún cuando las redes sociales fueron el apoyo logístico que desbarataron todo intento de contención y prevención policial, ganando las primeras planas de los medios, el verdadero objetivo.

El gobierno de David Cameron, lejos de enviar un mensaje de esperanza y compromiso con la juventud, optó por endurecer su política de austeridad y mantener por ahora 16.000 efectivos policiales dispuestos a reprimir, aunque los recortes también afectarán a las fuerzas de seguridad. Lo que requiere este drama es una genuina integración socioeconómica y cultural, que impida la situación de despojo y aislamiento generacional que no podrán acallarla las políticas coyunturales acotadas al gasto público. Lo grave, es que esto recién empieza.