Mirar hacia atrás, buscarnos a nuestras espaldas, sirve si nos recostamos en los buenos momentos. Hoy, por ejemplo, necesito acurrucarme en cosas que no tengo a mano pero que forman parte de mí como de lo que acaricio en este presente.


¡Cómo me gustaría corretear por el potrero de aquella casa del Barrio Rivadavia posterremoto, donde purpúreos hornos de ladrillo escondían gatos asustados que correteábamos! Jamás imaginé que, con el tiempo, aquel niño que quedó sujeto a tardes moradas tan lejanas iba a adorar a estos bellos y extraños animalitos.

"Un viejito digno pasea cansino la tarde por la vereda de la calle Santa Fe...".


¡Cómo me gustaría estar sentado en los agrietados tablones de la humilde cancha de aquel Independiente, de España y República del Líbano, ese corralito desparejo como aquellos días afiebrados de nuestro país, que se repletaba de gente y donde fuimos tan felices con nuestro padre, apretujados por la pasión de un deporte incomparable, tras la roja camiseta, entonces sin publicidad!


¡Ah, si fuera posible llamar a mi hermano y decirle que se venga a comer un puchero, este apacible día de primavera! Imagino de su parte alguna sorpresa y su inmediata disposición para asegurarme que en media hora estará por acá!


Y verte llegar, mamá, subiendo despaciosa los escalones de la entrada a mi casa, como diosa de fácil sencillez, con tu blusa celeste vida y tu sonrisa breve que primorosamente cubría con lirios tu carácter enérgico.


¡Cómo extraño la casa del Barrio Santa Teresita donde todos éramos un entrevero dulce de casi niños! ¡Cristina y yo!, porque los chicos eran cachorros y esa niñez nos traspasaba su intrínseca candidez; y ellos, porque la primera edad los amparaba en la inocencia y los vendavales de sueños, mucho realizados, otros resignados, pero inocentes al fin, esa condición de la vida por la cual toda acción es legítima.


¡Qué ejercicio intransferible de la imaginación sería empuñar la antigua guitarra inicial y recordarle un día que la estreché junto al corazón y me soltó aquella primera canción como quien liberaba una calandria! Y también para que sepa que no la olvido, porque con gran parte de una vida encima sigo siendo capaz de extraerle las mieles de la música.


Se han soltado palomas blancas casi transparentes por el largo pasillo frontal de la casa de mis abuelos. Buscan ecos que no están, navidades con fragancia a empanadas recién horneadas y resolana de horno ardiente, que yacen triunfales a la diestra de Dios. Un viejito digno pasea cansino la tarde por la vereda de la calle Santa Fe. Podría ser mi abuelo. Mira hacia adentro y sus ojos de ajada llovizna me enfrentan. Lloro calladamente. Sé que no estoy ahí. La casa ha sido derrumbada y la topadora nos ha herido hasta la médula, pero tengo todo aquello.