A poco del inicio de la década del '80, cuando el proceso y dictadura militar que sufrió la Argentina desde 1976 se agostaba, no sólo por los crímenes cometidos sino también por la corrupción en el gobierno que terminó con la frustrada Guerra de las Malvinas, recuerdo los discursos del expresidente Raúl Alfonsín. Siempre incluía el preámbulo de nuestra Constitución Nacional y expresaba que "con la Democracia se come, se educa y se cura". No tengo dudas de que ese era el pensamiento y la convicción que tenía el Dr. Alfonsín cuando asumió como primer presidente constitucional elegido por voluntad popular después de la trágica dictadura.


La mayoría de quienes actuábamos en política en aquella época, que hoy parece tan lejana y sólo pasaron 33 años, pensábamos lo mismo que el expresidente porque teníamos un sentido del deber que a lo largo de los años se ha ido perdiendo.

Cuando un funcionario jura por Dios, la Patria y los Santos Evangelios debe entender que la ética debe ser su forma de actuar. 

Ese sentido del deber se daba en razón de que teníamos un sueño por cumplir: volver a la democracia para honrarla.


La etimología de la palabra "deber" indica que proviene del latín "deberé" y este de "dehibere", compuesto por el prefijo "de" que quiere decir "alejamiento o privación". Además del verbo "habere", que significa "tener". Se entiende por "deber" la obligación, compromiso o responsabilidad moral que le atañe a cada persona y que se basa en obrar bajo los principios de la moral, la justicia o su propia conciencia. Es decir es aquello a lo que está obligado el ser humano, ya sea porque se le ha impuesto como una norma moral, legal, religiosa o simplemente por costumbre; y de no cumplir con estas normas legales podría este ser sancionado respectivamente de acuerdo como lo estipule la ley de esa jurisdicción que puede ser con prisión o con multas. Por otro lado si los deberes morales no son cumplidos será la conciencia de cada individuo por medio del remordimiento la que se encargue de ser juez.


Eso es lo que ha pasado en Argentina a través de los años. La falta del sentido del deber de quienes gobernaban produjo esta crisis de credibilidad de la dirigencia política en la sociedad llegando hoy al 80% de acuerdo a la encuesta de la Universidad Siglo XXI.


Cuando un funcionario jura por Dios, la Patria y los Santos Evangelios debe entender que la ética debe ser su forma de actuar. La ética es la obligación efectiva del ser humano que lo debe llevar a su perfeccionamiento personal, el compromiso que se adquiere con uno mismo de ser siempre más persona; refiriéndose a una decisión interna y libre que no representa una simple aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen.


Si el funcionario actúa con ética su gestión jamás será judiciable, porque se judicializa lo que se gestiona sin respetar la ética. Por ejemplo los gobiernos de Menem, De la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina F. de Kirchner y funcionarios de estas administraciones han sido juzgados y condenados por delitos durante sus gestiones. El gobierno actual también tiene imputados a varios de sus funcionarios y existen hechos que demuestran claramente la falta de ética a pesar de no ser judiciables hasta la fecha.


Esto es lo que pasa hoy en Argentina. En 34 años la dirigencia política dilapidó su credibilidad y prestigio por su falta de ética, del sentido del deber, de no respetar las normas ni a la justicia, ni su juramento al asumir. Para volver a crecer y tener una mejor calidad de vida en la mayoría de la sociedad habrá que recrear valores republicanos y éticos en la gestiones de gobiernos.