"El esperado tañido de la campana más tenía que ver con esos cinco minutos de magia que implicaba el recreo". 

 

¡Ya debe estar por sonar la campana!

Recuerdo mis primeros pasos de alumno en aquel nuevo escenario en que la vida me colocaba, entre asustado y expectante, rodeado de nuevos y extraños símbolos: la tiza, el rayoneado pupitre con ese extraño agujerito donde luego supe se colocaba aquel tintero que siempre derramaba tinta, el pizarrón, la almohadilla, la señorita que me parecía a una nueva tía y el sonido inaugural de la campana… 

¡Ya debe estar por sonar! No creo que esa ansiedad tuviera que ver con algún tedio. Recuerdo que nuestros maestros de los primeros grados hacían esfuerzos sobrehumanos por mantenernos la atención por el aprendizaje y el amor a la escuela y lo lograban. El esperado tañido de la campana más tenía que ver con esos cinco minutos de magia que implicaba el recreo. Cuando el vibrante bronce repicaba, estallábamos en mil flechas (gorriones de sal, hojas descargadas por el viento), lanzadas a esa extraña libertad, por cuya puerta generosamente diáfana entrábamos a la región de los juegos: las pilladitas, las rondas de las muchachitas, el "día de las champitas", las figuritas, las carreritas… 

Cinco minutos suficientes para experimentar la felicidad al modo de las utopías que de mayores perseguimos cada día de fiebre por estas calles difíciles de la vida. Cinco minutos que quizá eran un anticipo premonitorio de la necesidad constante de respiros, de reflexión, de postas en donde referir el pasado y palpar el presente, de imprescindibles pausas para pensarnos un poco entre tanto fárrago de sensaciones y aspiraciones. 

Mi primer recreo en la escuela "Provincia de Mendoza", me trae a la memoria la dulce imagen de la señorita Rosario Varas, a quien seguí viendo por estas calles, empecinada y dulce en su incansable lucha por la cultura, inquieta de gorriones eternos su almita siempre joven. Una vez me llamó por teléfono: "Raúl, tengo un poema, y me haría muy feliz que le pusieras música". Otra vez, convocándome a recopilar el patrimonio de la música sanjuanina. Sigo en deuda, señorita Rosario. Pero algo le pagaré: tengo un enorme reconocimiento a aquellos días dorados, cuando a esos brotes tiernos que éramos, usted supo proteger con su cuerpito joven y grácil desde el cobijo de su dulzura, desde su compromiso con las cosas.