Es difícil entender esta misión a la que nuestros gobernantes consideran como de virtuoso lauro, todavía a lograr. Pobreza es el estado de situación de carencias que involucra al hombre afectado en sus más diversas manifestaciones de vida (económica, social, espiritual, cultural, educativa). Sin embargo, él combate, en la forma que se nos convida a participar, no se refiere a él sino a una palabra guacha desprendida de todo concepto. En todo caso, no es más que la representación del deseo de una idea concentrada de quienes, no habiendo realizado absolutamente nada para anularla, tienen por deber sagrado cumplir con la soberana misión el alardear sobre triunfos de meritorias grandilocuencias en el que participan, con especial auto escucha, de sus propias consignas vacías hasta quedar definitivamente sordos, para todo y en todo.
Socialmente no se nos informó cómo identificaríamos al adversario, qué signos distintivos lo hacen diferenciable, dónde sería el ámbito del combate, cuándo comenzaría, qué estrategia permitiría la posibilidad de éxitos, cuáles serían los riesgos, qué armas o recursos técnicos-logísticos serían necesarios utilizar, quiénes serían reclutados para el sacrifico del enfrentamiento, cuánto tiempo demandaría la lucha, etc.
Les parecerá absurdo pero todavía no caigo en la cuenta de cómo se puede combatir la palabra "pobreza". Pero, si de brindar ideas se trata, creo que eliminando del vocabulario dicho "termino" o esgrimiendo el antónimo "riqueza" serían justos los aportes para ese combate quedando desanudado semejante conflicto que tan agobiado tiene a los que administran y dirigen.
El hombre es expresión holística de unidad, diversidad y universalidad a la vez goza de un plano multidimensional que en esencia y naturaleza sólo cumple con su finalidad cuando vive y se realiza en la absoluta obligación de ser feliz. No es un derecho sino un deber. Para que ese deber pueda ser cumplido la disposición de las cosas deben armonizarse dentro de un sistema en donde las palabras: guerra, combate, conflagración, contienda y enfrentamiento; no sean las alternativas retóricamente válidas del discurso.
Nutrido de una vasta gama de posibilidades en la tierra es deber del hombre el gozar de riquezas tales como las de espíritu y alma, de cultura, de salud, de educación, de esperanzas e ilusiones, de alimentación y nutrición, de futuro cierto o previsible, de relación, de convivencia, de familia, de trabajo y de toda otra concepción que dignifique su razón de ser. Cuando quienes tienen la labor de protección de un pueblo no permiten ni auspician la disposición de los elementos para que ello ocurra, no hacen más que colaborar deliberadamente al empobrecimiento del hombre. En base a este razonamiento lógico me resulta menos claro aún interpretar cómo hace (el gobernante) para combatir el estado solemne de pobreza por el que transita el hombre (en sus diversas manifestaciones) cuando él mismo se constituye en el autor -dinámico o estático- de causas y consecuencias que reviste y encierra esa falsa proclama de deseos o de supuestas buenas intenciones que nunca tienen puntos de encuentros con la pobre realidad.
Al parecer, lo único que importa es programar mentalidades para imprimirle de buen cuño que ser pobre es la augusta representación de ser portador de sacrificios al que el hombre debe preparase de modo permanente, constante, y en sostenido contagio. Al propósito empeñado, siempre se ha de servir como justificativo para que el estado espiritual de angustia, desesperación, zozobra e infelicidad se generalicen de grado tal que, en el conjunto, la queja desaparezca emergiendo la mansa aceptación de la humillante dádiva diaria que lo lleven a la triste exposición de recibir lo que les den.
Por favor, si esta hipótesis de trabajo es cierta, no combatan la pobreza. Si existe alguna posibilidad promuevan la riqueza de la dignificación humana.