En su Mensaje de Cuaresma que iniciamos hoy, el Papa Francisco medita en base a la parábola del rico y del pobre Lázaro (Lc 16,19-31), advirtiendo que: "en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios "de todo corazón" (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor''. Los teólogos medievales definían al pecado como la "aversio a Deo et conversio ad creaturam'' (darle la espalda a Dios y la cara a las cosas), y la conversión de corazón es un proceso inverso: "aversio ad creaturam et conversio a Deo'' (darle la espalda a las cosas y la cara a Dios). En la celebración litúrgica de este día, se nos impone la ceniza sobre la cabeza, indicando así, que el cambio de estilo de vida parte desde la cabeza, atraviesa el corazón, para llegar a las manos y a los pies, siendo capaces de cumplir el gesto de Jesús en el Cenáculo e inclinarnos frente a los otros para lavarles los pies.  


El entrenador de futbol americano Jimmy Johnson, reconocido por haber ganado dos títulos de SuperBowl (final de la National Football League), advierte que la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario es un pequeño "extra''. La Cuaresma es un tiempo propicio para practicar ese "extra'' o plus, que en palabras del Papa Francisco implica, en esta ocasión, abrir la puerta del corazón al otro, porque cada persona es un don a valorar y no una carga molesta a soportar. La parábola del rico y del pobre Lázaro nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir.

Pero la apariencia esconde un vacío interior. El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia, que nos centra en el "yo'', haciéndonos olvidar del "otro'.  


Otra de las fórmulas de imposición de ceniza, además del "Conviértete y cree en el evangelio'', dice: "Recuerda que eres polvo y al polvo volverás''. El rico y el pobre mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que "sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él'' (1 Tim 6,7). En medio de los tormentos del más allá, el rico descubre que en su vida no había lugar para Dios, y que él era su único dios. No amó a Dios, despreció al prójimo y su destino final fue fatídico.  


En el Salmo 8,6, el autor sagrado exclama: "Tú has creado al hombre poco inferior a Dios y lo has coronado de gloria y dignidad''. En forma menos lírica y religiosa, pero con la misma admiración, uno de los siete sabios de la antigua Grecia, Demócrito de Aldera, contemporáneo de Sócrates, había acuñado esta definición: "el hombre es un pequeño universo''. Un microcosmos que contiene en sí los extremos del infinito con su pensamiento y espíritu, pero también de la fragilidad mortal. Cuaresma es el tiempo propicio para reflexionar sobre quiénes somos, dónde estamos y hacia donde vamos, confesando nuestras miserias y recuperando nuestra grandeza. 


En una poesía, Pier Paolo Passolini subraya que "Pecar no significa hacer el mal, sino no hacer el bien'', subrayando lo que la moral católica ha introducido como el "pecado de omisión'', que puede ser tan grave como un pecado mortal''. Es la indiferencia con la que a veces procedemos, dejando que el otro siga golpeando nuestra puerta, sin querer verlo ni escucharlo. Es lo que hizo el rico de la parábola.  


El Papa concluye su mensaje con una invitación que repite con frecuencia. Nos anima a renovarnos espiritualmente, participando en las Campañas de Cuaresma, para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana, abriendo las puertas a los débiles y a los pobres, sin olvidarnos de la meta final que se llama eternidad. A unos 40 km de Agra, la capital de Moghul, célebre por su TajMahal, se levanta la ciudad de Fatephur Sikri, edificada en 1500 por el emperador Akbar. En la mezquita estaba la inscripción de una frase atribuida a Jesús que dice: "El mundo es un puente. Atraviésalo, pero no te detengas en él''. Esto nos recuerda que debemos peregrinar siempre en la vida, en la búsqueda de un "más allá'', sin olvidarnos de generar encuentros mientras estamos en el "más acá''. Entonces viviremos anticipadamente el cielo y daremos testimonio pleno de la alegría de la Pascua.