Voy a hablar de niños. Todo el mundo ve las imágenes en la televisión: niños de siete a quince años inhalando pegamento, fumando paco, o envenenándose para siempre con otras evasiones; vegetando en diversos lugares de un país que hoy sólo sabe mirar, que no reacciona; chiquillos perdidos en un laberinto de desamor y locura; seres como nosotros, abandonados y condenados a la nada o la furia.
Quien tiene el deber moral, legal y constitucional de proteger la infancia, aplicar justicia y realizar la igualdad ante la ley, respetar la no discriminación, y cumplir el mandato sagrado de proveer al bienestar general, también sólo mira, pero para otro lado.
Otra situación parecida: un muchacho que, en el mejor de los casos, tuvo la suerte de terminar el secundario, sale de la escuela hacia el umbral aciago de la desocupación; se une a la comparsa de aquellos impúberes, y busca desesperadamente en la calle una respuesta que no se le da.
Entonces las consecuencias son terribles. Es la sociedad que estamos viendo y sufriendo. Una especie humana que es tratada como animales, al final reacciona como tal. Perdidos en el laberinto de la soledad y la incomprensión, desalojados silenciosamente de la sociedad, comprenden, amargamente, que no tienen un lugar dentro de la institución social, la nación organizada. Luego de recibir el don de la vida, no debe haber nada más doloroso que no ser nadie. Entonces, esta generación cada vez más grande emerge a la superficie con las reacciones que puede. Abandonados unos, desocupados otros, excluidos, sin herramientas para desempeñarse en una sociedad de ciegos, mudos y gente ofensivamente diferente a ellos, pueden caer primero en la desesperación del robo por necesidad y luego en la marginación. Y aquel grupo de niños atrapados por el demonio de la droga, enfermos de veneno y desafecto, se convierten en animales salvajes soltados a calles hostiles e indiferentes, donde hacen de la sombra y de la muerte un argumento de vida, porque para un niño desechado, caído en la enfermedad de la cuasi locura, no es sencillo encontrar las razones que la gente contenida comprende y maneja.
Es así, pues, que la misma televisión que los exhibe como seres inútiles, deambulando por calles y plazas, como palomas casi muertas, caricaturas de una niñez frustrada, muecas trágicas de espejos donde no nos queremos ver, muestra otros niños empuñando armas como trofeos, con las cuales destrozan la vida del que se les ponga al paso. No hay que olvidar que se trata de los mismos niños.