Acompañando el canto de Reynaldo Carreras, mi amigo cordobés.

El valle de Traslasierra, en Córdoba, es muy bello. Este verano que pasó optamos por pasar las vacaciones en Cura Brochero, que esta pegadito a Mina Clavero. Esta localidad, dominada por la antigua iglesia donde se venera al "cura gaucho", y también por el río Panaholma, es más pueblerina y folclórica. Hasta su atractiva plaza, podríamos ir a pie desde la cabaña que alquilamos, todas las noches. Buena comida, bailes y conjuntos folclóricos, atraen a turistas y lugareños, que tratan de moverse como pueden entre sillas y mesas ubicadas en las calles. Muchos van con sus propias reposeras a observar el escenario. Al frente, la majestuosa y reverencial iglesia. Las cabañas, donde fuimos con dos de mis hijos y sus críos, invitaban al relax. Mucho árbol, verde, una pileta, parrilleros, asado por supuesto, y ahí no más, pelando las guitarras. En eso nos encontrábamos, cuando frente nuestro se presentó un señor, y advertimos que escuchaba sonriente, respetuoso y atento. En ese momento estábamos haciendo "Romance de mi niñez" y no bien terminamos la canción, le invitamos, con un vino de por medio, a que se sumara. "Me llamo Reynaldo, nos dijo, soy de acá", y ahí no más se apuntó un poroto "¿ese vals es de los hermanos De la Torre verdad?". Nos dio un alegrón al comprobar su conocimiento de lo nuestro, que no siempre uno encuentra más allá de Cuyo. La amabilidad, así como su tonada cordobesa, se desparramaban prodigiosamente de aquel gentil hombre, con el cual nos sentimos rápidamente a gusto. Al ratito pidió permiso para cantar un tango. Y ¡mama mía, qué cantor! No era un improvisado el hombre. Su voz bien timbrada, melodiosa y varonil, alegró nuestros oídos. Con el conversar, entre vino y guitarra, se nos fue descubriendo aquel hombre. Supimos que era el dueño del lugar, quien no vimos antes pues habíamos contratado con su señora. Dijo tener 78 años, muy bien llevados por cierto, de peinado entrecano y bien poblada cabellera. Su profesión era pintor de obra y constructor. Resultó que había sido ganador de un concurso de tangos en Córdoba y sabía actuar para los turistas, en los boliches de unos amigos. Nos seguimos viendo todos los días y realmente nos alegró sobremanera la estadía en el lugar. Pensábamos lo grande que es la música, que parece tener un hilo invisible que conecta el alma de quienes gustan de ella, y que hace suponer que con esa persona hace años que nos conocemos. Nos sacó una promesa, a cumplir en agosto. Que vayamos para su cumpleaños. Ahí no más lo invité al mío, para noviembre y al momento de despedirnos, previo mostrarnos fotos de su familia, se mostró conmovido y "un pucha, los voy a extrañar", nos arrancó un abrazo largo y emotivo. Nos vinimos y cada tanto nos comunicamos. La última fue con motivo del Día del Padre. Y fue, exacta y dolorosamente, la última. Uno de sus hijos, nos hizo saber el domingo pasado que Reynaldo había fallecido hacía dos días. Fue una cachetada. Solo nos reconforta saber que esos días exprimimos hasta el tuétano su rica personalidad. Es así como la amistad con Reynaldo Carreras, la definiría como la luz de un fósforo. Corta, pero brillante. Cuando escriba el imaginario de mi vida, ocuparás un lugar importante, querido amigo, mientras me sobrevuele tu voz, que allá quedó, enredada en el aire de tus sierras cordobesas.

Por Orlando Navarro

Periodista