Un reloj de tiempos pretéritos con un bagaje de anécdotas y recuerdos.


Recuerdo bien, era un Tissot malla de cuero. Creo que vino a mí con los primeros pesitos ganados en la música y se quedó muchos años. Uno se encariña con estas cosas y cuesta sustituirlas; esa manía de atesorar objetos aunque a veces sean inservibles, pero que encarnan momentos, situaciones, ladrillos sobre los cuales se ha ido edificando en ritos y pequeñas leyendas nuestra historia. 


Por ahí debe estar con algo de menos, marchito y sin pasos, pero guardando tantas historias, como pecho de pájaro final. Alguna de esas tardecitas cordiales de alguna primavera se me habrá estrujado el corazón esperándola a ella en la encrucijada precisa de una hora que el fiel reloj marcaba con latidos rojos y golpecitos que pretendían entrar al pecho. Y si ella no vino a la cita, ya no importaba por qué; dolía la pura ausencia y ese pedaleo cansado del reloj a caballo de sus recuerdos, porque en ese momento el rostro esperado se empañaba y su voz desaparecía entre las glicinas y los murmullos de la placita y comenzaba a ser algún retacito de olvido edificado en el orgullo y el incipiente dolor. 


En las agujas esbeltas que galopaban hacia el umbral de la noche, ese conocido golpeteo en nuestro centro me anunció muchas veces el momento crucial de una actuación. Se trataba de algo trascendente, por eso la lógica de los nervios.


Con los años aprendí que la sombra de la responsabilidad siempre iba a golpetearme el pecho momentos antes de subir al escenario. Más aún: esa pizca de incertidumbre que da enfrentar a un público diferente a todos los anteriores, era casi tan severa como la responsabilidad.


La hora seis de la mañana quedó tendida y destrozada, hasta hoy, en alguna ribera del viejo reloj, cuando falleció mi padre. Y varios momentos precisos se erigieron en lucha y horizontes promisorios al nacer nuestros hijos. Nada quedó al margen de su camino. Todo episodio que nos rozó es tiempo subido al corcel de sus aventuras, sus dichas y dolores. Hasta que un día dijo basta y debió ser dejado de lado por el mismo tiempo que una vez fue sangre joven en sus venas y que en la vejez lo arrinconó desvalido. 


Un corazón de ínfimos latidos que juguetea con los recuerdos anda por ahí buscando esquinas donde recalar. Seguramente ha de encontrar guarida entre las cosas inolvidables, como estas simples líneas que le han salido al encuentro para rescatarlo. 

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.