Recientemente, una directora denunció a una madre por violencia. La realidad atestigua que en la Argentina la violencia está naturalizada, y muchos jóvenes, son los especialistas en el uso de armas de fuego y drogas.

Ortega sugiere que la mimesis (actuar) no está guiada por el espíritu de la fidelidad, sino de la burla. Ella sirve para ver que la imagen que dicen tener los poderosos es limitada, y ello también limita, a su poder real. En las memorias del subsuelo de Dostoievski, el hombre del subsuelo, un intelectual, ve la capacidad de indignarse. Desprecia la vida no sometida a control. Momentáneamente, en ocasiones, los diversos sucesos de la vida diaria nos enseñan que corremos tras los criterios de apariencia, que los de fidelidad. El aparentar resulta más fácil que reconocer el error. Aquí, es preciso distinguir entre la vida pública y privada de los individuos. Es que en la vida pública subyace la apariencia, y en la vida privada, más la búsqueda de la fidelidad. Parecería, que en nuestra actualidad, el campo de la fidelidad y la apariencia se fusionan perfectamente dentro del prisma político. En las épocas de campaña se busca la foto primera aparente, fiel al partido político. Y, es aquí, cuando deberíamos preguntarnos: ¿Prima el interés colectivo al particular o viceversa?

La modernidad caló hondo no solo en lo económico, sino también en lo social, reflejándose en líderes sobrados de imagen, pero carentes de ideas prácticas sólidas. La realidad no nos ilusiona, sino que parece desbordarnos cada vez más. El ideal positivo de la innovación y el descubrimiento científico-técnico original actual, parece quedarse corto e incapaz para pensar de fondo una salida a las problemáticas, que a veces suelen pesar.

Sin embargo, lo positivo de esta sociedad innovadora jovial, se ofusca ante lo negativo de varias secuelas, que sólo demuestran nuestra incapacidad de hacernos cargo. La misma mimesis o el actuar cotidiano, ya no se inspira en la fidelidad a las palabras reales, de los principios, o de las promesas hechas. El actor baila en la improvisación oportuna al momento. La economía lo acapara todo, y el cerebro se seca, nadando de respuesta en respuesta, pero cada vez más débiles. El mismo poder surge paciente, aunque expuesto y limitado. Es que la vida no sometida al rendir cuentas, requiere de mucha voluntad, para no abusar de ella. La libertad invita a dominar la vida. Pero imagínense que una persona cualquiera estalle en bronca y decida cortar un puente o vengarse en sangre, patotear, o matar a trompadas al primero que se le cruza, porque se siente angustiado y poco contenido. Nos equivocamos si el problema individual del otro no es nuestro problema. Este mundo globalizado nos complica la vida pública, como así también la vida privada. El problema laboral del otro, tarde o temprano, repercute en el de todos. No obstante, el escándalo y el comportamiento patotero surgen ante la indignación, cuando se busca actuar desmesuradamente, con toda impunidad, casi con burla, frente al que ya casi nada le ha quedado ¿Qué ganó el que compró todo?

Precisamente, aquí es cuando la lucha revolucionaria, acuna su lógica desde abajo. Y, el sentimiento de la opinión pública ya no confía en nada, sino que alcanza la intolerancia patotera, indignación, impotencia, angustia y asco. Eso hemos sido la mayoría en estos años. Es aquí, cuando la sociedad pública tiene derecho a proteger sus principios, sobre el bien particular de pocos. Seguidamente, la sociedad tiene derecho a proteger sus instituciones. Si un legislador no sigue el principio de consenso social general que impere en la comunidad que representa, ya no merece ese cargo, sino que además aniquila, su propio poder. Y, peor aún, aniquila el mismo espíritu democrático. No hay sociedad sin códigos. No se trata de ser rigoristas, sino de ver que el Estado, el que afana, no escucha, no va preso, o es parte del problema, lo que queda es el autoritarismo y la anarquía. Si el interés educativo, primero achica el presupuesto, y luego eleva al estudiante, estamos en representación alocada. Sólo dividimos a una sociedad para imperar en las huellas del rencor.

Para S. Mill no es la sociedad la que necesita protección cuando el individuo se aparta de la norma, sino el de proteger los derechos del individuo, sobre la tiranía de las prácticas dominantes. Innovar reglas y conductas liberales lleva al vaciamiento. Debemos buscar una salida pensándonos a nosotros mismos en las futuras generaciones venideras, sin usar la tolerancia, derechos humanos, con fines "sutilmente represivos”, porque lo que queda es la bronca y la patota. Como dijo Coetzee, frente al control pacifista, en mentiras: "Haga lo que haga el Estado, los escritores parecen siempre tener la última palabra”.