
Imaginariamente estamos viajando en el tren que efectúa el recorrido más largo del mundo, a través de todos los países y de todas las épocas. Desfilan hermosos paisajes que recrean la vista y el espíritu, pero también regiones grises, áridas, agresivas. Unas proporcionan alegría, otras tristezas. Estas mismas sensaciones nos invaden cuando leemos el gran libro de la Historia.
Al hojearlo nos detenemos en muchas de sus páginas, atraídos por una fuerza irresistible cuando nos revelan las acciones de aquellas personalidades que, llenando una época influyeron en el curso y desarrollo de los acontecimientos. Allí se nos demuestran las vicisitudes por las que pasaron; asistimos a rápidos encubrimientos seguidos no pocas veces de estrepitosas caídas. Pasamos a una serie no interrumpida de triunfos y fracasos; y vemos a unos conquistarse la admiración de la posteridad, mientras otros se hacen acreedores a sus desprecios.
Pero la historia no se limita a presentarnos sus héroes o genios y contarnos aisladamente sus hechos. Cumple una misión mucho más importante: nos ofrece una visión de conjunto de la vida universal en cuya marcha influyen esos grandes factores históricos que, relacionando las partes con el todo, nos da una idea cabal de la evolución y el progreso humano. Herodoto la hace profana y amplía su ámbito geográfico hasta crear el primer tipo de historia universal.
Ticídides y otros historiadores romanos como Salustio y Tácito la humanizan, y Plutarco reduce los semidioses a la medida humana. Su estudio ronda en lo necesario, porque nos da la posibilidad de saber lo que nuestra generación debe a las generaciones que nos precedieron. El político necesita conocer la labor de los grandes estadistas; el letrado la evolución del Derecho; el militar el arte de la guerra con los hechos de los grandes estrategas. El filósofo y el hombre de ciencia, las diversas tendencias, escuelas, sistemas y las múltiples manifestaciones del pensamiento humano.
Con la historia aprendemos geografía, política, literatura, bellas artes etc. No solamente es útil para el hombre que cultiva cualquier rama del saber; lo es también para el profano que le da la posibilidad de adquirir un importante grado de cultura general.
Un historiador decía: "La noción del pasado se amplía sin cesar, se rectifica o se renueva. El dominio del saber histórico no es sedimento o depósito sin vida; y su comprensión no es patrimonio exclusivo de profesionales; la historia es de todos, y si no, no es nada. Es la escuela de los hombres, es "la maestra de la vida”.
Carlos Buscemi – Escritor (*)
