Las calles circundantes del magno escenario se pueblan de gente bulliciosa, presurosa. Nadie quiere perderse el espectáculo. Nuestra infancia los mira pasar, sentada en aquel escalón de la vieja casa de madera del barrio que sobrevino al terremoto. Siempre encontrábamos alguna reja más separada para colar nuestra flacura y encontrarnos de golpe sentados en la tribuna como cualquier hijo de vecino. En ese estadio al que el colosal sismo le volara algunos sueños al llevarse en suspiro aciago el techo de la "oficial'', vimos cuando los equipos profesionales goleaban a los locales, hasta que Sportivo Desamparados y San Martín dieron vuelta la historia y se acostumbraron a derrotarlos por el mismísimo campeonato nacional de primera división. 


Allí, en el mítico velódromo, vimos ganar a varios sanjuaninos el campeonato nacional de velocidad; al viento treparse al cóndor alado y la elegancia de Vicente Chancay para consagrarlo el mejor en persecución individual; ver entrar exhausto pero triunfal al Payo Matesevach, revolcado en tierra y utopías, con la Doble Calingasta al hombro; y, allá por el más añejo recuerdo al Lilo Jiménez, campeón Panamericano y tapa de la revista El Gráfico, competir en su provincia por el título argentino de velocidad y perder con José Fuentes, otro sanjuanino, que era el actual campeón nacional.  

"El pasado bien puede convivir con el presente, que es un modo de impedir los olvidos...'' 


Recuerdo como en un sueño haber escuchado allí a Los Hnos. Ábalos y su show de canto y danza y a nuestro Carlos Montbrum Ocampo elevar canciones triunfales desde el centro de la cancha, con la magia de su piano cuyano y sus Alegres Fiestas Gauchas. 


Todo eso se ha perdido, sólo yace en la nostalgia. Cuando se anunció que en el legendario estadio del Parque de Mayo iban a ampliar el parque, me pareció bien porque tenemos unos de los más chicos del país. Pero debo decir, con todo respeto, que considero no había necesidad de demoler la tribuna principal y el velódromo. Bien pudieron subsistir con la remodelación; integrarlos con toda su carga memorial al nuevo paisaje; aprovecharlos, construyendo al centro un gran escenario natural para que el lugar de paseo funcione también como anfiteatro, al modo de la plaza Hipólito Yrigoyen. 


Somos inclementes con nuestro pasado, reacios a mantener los símbolos históricos, nosotros que hemos sufrido el exterminio más feroz con el terremoto del 44. 


El pasado bien puede convivir con el presente, que es un modo de impedir los olvidos, amar nuestra obra, nuestros gestos y nuestras huellas y reconciliarnos con nuestra historia.