Cuando la naturaleza se torna nefastamente caprichosa ni el país mejor preparado del mundo puede hacer frente a sus devastadores efectos. En este caso, ni la capacidad económica, ni tecnológica, ni científica de Japón han logrado frenar las graves consecuencias del terremoto del viernes último, de dimensiones excepcionales. Y eso que ese país cuenta con una dilatada experiencia a la hora de minimizar los efectos de seísmos que sufre de forma frecuente. Un pueblo disciplinado y estricto a la hora de cumplir la normativa antisísmica que siempre han procurado construir de acuerdo con las reglas, pero además han innovado en la identificación de fenómenos y, tras el terremoto de Kobe de 1995, se han lanzado decididamente a instalar soluciones creativas como el aislamiento de base y la adición de disipadores de energía.

A lo largo de los años, los japoneses han ido reacondicionando sus construcciones gracias a fuertes inversiones tecnológicas. Ellos pueden presumir de poseer los edificios más vanguardistas y seguros del mundo, ya que además son sometidos a continuas revisiones antisísmicas para comprobar que son capaces de resistir sacudidas fuertes.

A esto se añade el peligro de la emisión de gases contaminados del reactor nuclear de Fukushima. Japón tiene un total de 54 centrales nucleares, que suman 47.000 Megavatios de potencia eléctrica instalada. Una vez más, la naturaleza ha mostrado su faceta destructiva y pone de manifiesto la incapacidad del ser humano para luchar contra fenómenos que superan su posibilidad de reacción. El balance de miles de muertos y desaparecidos no debe ocultar que los países desarrollados afrontan la situación en mejores condiciones que otros como Haití, donde la tragedia se multiplicó ante las carencias políticas y socioeconómicas de todo tipo.

Es necesario reforzar la cooperación internacional para que los Estados pongan en común, en la medida de sus posibilidades, recursos humanos y materiales que palien las tragedias. Se impone una adecuada ordenación del territorio en las zonas del riesgo y el planteamiento de campañas de protección civil que faciliten una reacción inmediata.

Indonesia, Haití, Chile y ahora Japón han sido víctimas recientes de catástrofes naturales que provocan una corriente de apoyo solidario. Ha llegado el momento de organizar además una política de prevención y reacción conjunta a escala internacional.