En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones si no, se los habría dicho. Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino. Tomás le dice: Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto. Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre?". ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, crean en las obras. Les aseguro: el que cree en mí, también el hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre (Jn 14,1-12).


"No se turbe el corazón de ustedes": así es como inicia el capítulo 14 del evangelista Juan, y que concluye afirmando: "No se turbe el corazón de ustedes ni se acobarden" (14,27). Jesús da por descontado que sus discípulos van a vivir el miedo y experimentar la inquietud. Por eso es que quiere tranquilizarlos, transmitiéndoles valor. Así hizo Moisés, antes de morir, con el pueblo que había liberado de la esclavitud: "Sean fuertes y valerosos. No teman ni se asusten, porque Yahvé, tú Dios marcha contigo, no te dejará ni te abandonará" (Dt 31,6). Jesús mismo ha vivido la turbación frente al sepulcro de su amigo Lázaro: "Viendo llorar a María y que también lloraban los judíos que la acompañaban, Jesús se conmovió interiormente, y se turbó" (Jn 11,33), e igualmente frente a su propia muerte: "Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12,27). También ante la traición de Judas: "Jesús se turbó en su interior y declaró: En verdad les digo que uno de ustedes me entregará" (Jn 13,21). La turbación es tiempo de prueba, ocasión de crecimiento en la fe, pero también de tentación para caer en la desconfianza. El corazón de los discípulos, sede de sentimientos opuestos, se está transformando en el corazón de la nueva alianza (Jer 31,31-34; Ez 36,26), capaz de amar como es amado por Dios. Ante la persecución de los egipcios al pueblo de Israel, dijo Moisés a los israelitas: "No teman; estén firmes y verán la salvación que Yahvé les otorgará en este día, pues a los egipcios que ahora ven, no los volverán a ver nunca jamás" (Ex 14,13). 


La fe es el más potente ansiolítico, así como la desconfianza es el más poderoso ansiógeno. Una causa importante de la inquietud de nuestro tiempo es la desmesura que todo lo domina. La publicidad se dirige a nuestras desmesuradas necesidades, a nuestra necesidad de incesante felicidad, de satisfacción inmediata, de protección y de éxito. Siempre debemos hacer más en menos tiempo. Es como una obligación bajo la cual se encuentran muchas personas. No pueden disfrutar lo que tienen porque han perdido el centro; como han olvidado su medida deben medirse en los demás. Sólo quien es mesurado puede encontrar la calma. Sólo quien conoce su medida puede también decir no a las necesidades que le imponen. Poseer no es algo por cierto malo. El anhelo de posesión proviene en última instancia del anhelo de poder vivir en calma y seguridad. La posesión es la promesa de calma. Pero muchos son poseídos por su posesión.


La angustia es hermana de la preocupación. Nos preocupamos mucho porque nos angustia que pueda suceder algo que nos exija demasiado. Dice un proverbio chino: "Llama la angustia a la puerta de nuestra alama. Abre la confianza. No hay nadie fuera". La mayoría mandará a la preocupación a que abra la puerta. No nos atrevemos acercarnos a la puerta. A nosotros nos toca decidir quién ha de abrir la puerta. Si abre la confianza, podremos vivir la experiencia liberadora de que afuera no hay nadie. Quien llamó a nuestra puerta fue tan sólo la angustia de nuestra alma, pero nadie del mundo real. En medio de nuestra angustia podemos escuchar una y otra vez las palabras de Jesús que consuelan, alientan y liberan: "¡No temas!". Adiós al miedo y sí a la serenidad interior.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández