El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos (Jn 20,1-9).


Celebramos hoy el Domingo de Resurrección. Pascua es el tema más arduo y más bello de toda la Sagrada Escritura. Arduo porque va contra la evidencia o cualquier lógica. Bello porque, si creo, la vida se enciende de más vida y el absurdo deja paso al misterio. La Pascua no aporta sólo "salvación", que es el sacarnos del pozo, de las fuerzas que amenazan; sino "redención", que es algo más: transformar la debilidad en fuerza, la maldición en bendición, la cruz en gloria, la traición en acto de fe, la fuga en encuentro. El día de la Pascua, María Magdalena, sin otras figuras femeninas a su lado, se nos presenta como sujeto de acción. Ella ha sido una prostituta redimida, ícono de la eterna penitente, "testigo de la divina misericordia", como la definió san Gregorio Magno, liberada de siete demonios (cf. Lc 8,2). Es ahora la mujer de la aurora que desafía las tinieblas para dirigirse al sepulcro. Aquí todos los verbos que el evangelista emplea para indicar el hecho de la Resurrección son de movimiento: "fue", "corrió", "salieron", "fueron", "corrían", "corrió más rápidamente". Allí la Magdalena ve la piedra de la tumba que ha sido sacada. Corre al encuentro de Pedro y del "discípulo al que Jesús amaba" para anunciar que el sepulcro está vacío. Pedro y Juan corren pues hacia la tumba. Una carrera ansiosa. ¿Por qué todos corren el día de Pascua? Es que todo lo que se refiere a Jesús, no soporta la mediocridad. El escritor inglés Gilbert K. Chesterton destacaba que "la mediocridad consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta". El acontecimiento de la Pascua merece la prontitud del amor. Todos corren impulsados por un corazón en tumulto, ansioso de luz; y la vida tiene necesidad de sacar fuera la losa que sella el corazón. El discípulo amado corre más rápido y llega antes que Pedro. Es que el amado tiene "intelecto de amor", como afirmaba Dante Alighieri; la inteligencia del corazón. Un dicho medieval señala que "los sabios caminan, los justos corren, pero sólo quienes aman, vuelan". Quien ama y es amado, entiende "más", entiende "antes", y entiende "a fondo". Juan había recostado su cabeza en el pecho de Jesús durante la última Cena, y conoce los secretos del cielo: que Dios es amor. Llegó antes que Pedro: ese discípulo ardiente y capaz de negarlo, impulsivo, que se saca sus vestiduras y se tira al lago para alcanzar a Jesús que está en la otra orilla. Todos ellos buscan un encuentro con el Resucitado. Platón, ya en la cultura griega, invoca a su maestro Sócrates, y subraya que "una vida que no busca, es una vida que no merece ser vivida".


Centremos la atención en el verbo "ver". María mira la tumba, y allí se emplea el verbo "blepo". Es decir, un ver físicamente que constata. El mismo término se usa para Juan cuando se asoma al sepulcro y "ve" las vendas y el sudario. María ha constatado que la piedra ha sido corrida y Juan, que en la tumba no está el cuerpo. Llega Pedro, entra y observa. Aquí aparece el verbo "theoreo", que significa "contemplar", considerar hasta deducir con claridad un hecho y leer un mensaje con la luz de la fe. Ahí es cuando luego Juan "entró y creyó". Aquí aparece el verbo "orao", con el significado de "descubrir" el sentido y "descifrar" el misterio. Santo Tomás decía que lo que debemos conquistar es una "oculata fides", una "fe que ve", que tiene ojos. Ser testigos de la Pascua implica abandonar la tumba del egoísmo para salir y sembrar vida en el sendero de la historia. Será Pascua si nuestras manos dejan de ser menos rapaces y más generosas; si nuestros ojos son educados para ver más allá; si nuestros pies salen a buscar, curar y promover a quienes la sociedad descarta. Celebrar la Pascua implica reconocer que la vida no se "debate", sino que se la custodia y defiende siempre.