Paso por la puerta de su casa, donde ella invariablemente está y le digo alguna gentileza, un piropo, a lo que ella responde con un delicado "miau''. En ese sitio no la arredran ladridos ni vecinos poco amistosos, es su lugar en la cuadra y en la vida. Cuando, muy excepcionalmente, algún perro desubicado decide perseguirla (porque hasta los perros la admiran), ella, con sus quince pesados años, trepa gacela al árbol de su casa y baja cuando el temporal ha pasado. Pero la mayoría la respeta. He visto reglas extraordinarias entre los animales, no todo es la ley de la selva. Un perro atacado por otro, si sabe que no debe pelar se tira de espaldas al suelo, como rindiéndose, y es perdonado. Una mañana, vi en la puerta de la Casa de Gobierno un gatito indudablemente enfermo. Los perros que por allí pasaban lo miraban y seguían de largo. Los animales suelen reconocer valores que los humanos atropellan. 

Una melodía con aroma de azahares ha dejado Magui en la cuadra. 


Hace unos días que Magui no está en la puerta de su casa. Con gran tristeza, me entero que se ha ido a vivir a una acera celeste donde los hombres y los animales son inalterablemente felices. Es cierto que Magui ya no sale a pasear sus ternuras por el barrio; que hasta el vecino triste que la mira sin mirar y que jamás te dijo ni "mu'', la extraña; pero está ahí, yo la veo, y con mi mano que la agasajaba, hoy lastimada de ausencia pero protegida de amores, vuelvo a acariciar su cabecita y ella responde. Cuando nos vamos, no podemos evitar nuestra huella, nuestro estigma, y en esa señal seguramente seremos reconocidos, para bien o para mal. Cuando el jazminero dé el primer capullo, lo cortaré para ella. 


Pasarán estos dorados días de otoño; vendrán las heladas a sembrar tiritones; septiembre una vez más enarbolará la esperanza; el ciclo de la vida será de nuevo. El pulso se nos trepará a nuevos amores y a viejas melancolías y siempre será válido recordar las cosas bellas, para sobrevivir.  


Dicen que Magui fue a buscar la luna otoñal a las cercanías de la esquina y que allí quedó. Desde los charquitos dorados de sus ojitos amantes, nos mira eternamente. Con sus garritas traslúcidas empuja volantines de lluvia, que recorren las calles con mensajes de amor. Imposible será borrar cosas tan bellas, afectos tan puros, tan alejados de la posibilidad de rencores ni traiciones.