A medida que la pandemia se va diluyendo países como los europeos avanzan hacia la "nueva normalidad".

    
Me gustan esas gentes de bien y de bondad, que se esfuerzan cada día por considerar a sus semejantes, aceptando sus diferencias y reconociendo que todos somos necesarios e imprescindibles, cuando menos para sentirnos en equilibrio con nuestro propio espacio habitable.


La sociabilidad es algo innato, algo de lo que además no podemos prescindir. El gran instrumento que nos une es el lenguaje para poder convivir. En efecto, la convivencia es un proceso necesario por propia subsistencia de la especie. Sin duda, el ser humano necesita quererse, valorarse por la capacidad de escucha que tiene, y sentirse espiritualmente unido con su análogo en el camino, dada la fragilidad que todos sentimos en mayor o en menor medida, pero que nos hace ser dependientes unos de otros. 


Hoy más que nunca se requiere de seres humanos que abandonen los conflictos, también sus guerras internas, y se pongan a propiciar acentos conciliadores con acciones concretas. No podemos trabajar juntos, si antes no estimulamos la cooperación y el entendimiento. Quizás nuestro primer deber sea reconciliarnos con nuestros propios andares. Nadie puede ofrecer lo que no tiene, y si la persona no es capaz de coexistir ella misma armónicamente, le va a resultar complicado poder cohabitar con nadie. En consecuencia, bravo por esa ciudadanía que injerta esperanza a los desolados, siendo fuente de consuelo y motor de resistencia comunitaria. 


Humana cosa es poseer compasión de los abatidos, consolarles es un modo de vivificarles y de ayudarles a soportar la carga de la desolación. Por cierto, la furia con la que se mueve el Covid-19 en todo el planetario, requiere de cada uno de nosotros, una acción coordinada, a través de un mensaje unificado y responsable, aprovechando la autoridad moral de esos luchadores en guardia siempre, para poder salir cuanto antes de este contexto de creciente pobreza y de fuerte dolor, ocasionado por las muertes de esta pandemia, aún sin calendario para su final. 


Ante esta situación, todos estamos llamados a sumar esfuerzos, al menos para detener la propagación del contagio, ayudar a los enfermos y proteger a los trabajadores de primera línea que arriesgan sus vidas a diario para salvar las de otros. También, cuando la epidemia se encoja, cada país debe continuar trabajando para mitigar sus consecuencias en los más vulnerables, reparando el daño sufrido. Es vital que los pueblos trabajen unidos para reconstruir el sueño de vivir y evitar el regreso de la enfermedad. Ojalá la lección del coronavirus nos active el entusiasmo a toda la humanidad, especialmente a los líderes políticos en su misión de servicio, pues es imprescindible que activen políticas de cobertura sanitaria universal, que protejan a los seres humanos, independientemente de donde se hallen y en cualquier momento.


Todo esto, que hoy parece una alucinación, tiene que hacernos repensar, sobre el modo y manera de salir de esta absurda atmósfera de enfrentamientos. Ojalá aprendamos a movilizarnos y a expresar la simpatía por el anhelo de vivir unidos, a fin de forjar un mundo distinto al individualista de hoy en día.

Víctor Corcoba Herrero
Escritor