La droga sigue avanzando en nuestro país, destruyendo la vida de muchos jóvenes, y planteando un serio interrogante sobre el futuro de chicos que son expulsados de una sociedad que proclama la necesidad de la inclusión. Se calcula que diariamente fallecen unos siete jóvenes por adicción, o 210 mensuales. Es decir, que todos los meses se produce una tragedia más silenciosa que la atrocidad de Cromagnon, donde las víctimas fueron 194.

Son cifras de la Asociación Madres Contra el Paco, en base a estadísticas oficiales. Que mueran siete chicos por día es una forma de hacer desaparecer el futuro. No necesitamos demasiada imaginación para construirnos una idea del mañana tenebroso que les espera a los niños y adolescentes de las comunidades más carecientes si no se encuentra rápidamente un modo de frenar la destrucción física y moral que el narcotráfico les está provocando, especialmente a partir de la comercialización del paco, esa invención verdaderamente demoníaca cuya penetración en los mercados más pobres y desprotegidos se acentúa día tras día. Pero la droga más explosiva y peligrosa traspasó ya el límite de las villas y avanza cada vez más entre jóvenes de clase media.

El Observatorio de Drogas de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) hizo una investigación cualitativa hace tres años y confirmó por entonces el primer acercamiento de la clase media al consumo de paco. Se piensa que es una droga barata, pero se sabe que cada dosis cuesta más de cinco pesos y, en promedio un, "paquero" fuma unas 40 por día, por lo que aproximadamente 200 pesos es lo mínimo que gasta un adicto por día para comprar paco. La relación de consumo con el hampa es directa. Mucho más que en los vínculos con otras drogas.

Los argentinos tenemos una deuda con las generaciones venideras y no podemos mantenernos impasibles cuando un conjunto de intereses siniestros tiene la finalidad de condenar al exterminio físico y mental una parte sustancial de nuestra infancia, de nuestra adolescencia y de nuestra juventud. El Estado en todos sus niveles debe tomar conciencia de los valores que están en juego detrás de la ignominiosa y esclavizante aventura de la droga, al igual que toda la sociedad, ya que no estamos ante un problema menor.