La imagen de horror observada en calle Comandante Cabot, antes de Mendoza, el domingo último, causó la indignación reflejada en fotografías de las redes sociales: dos personas, en un remís, arrastrando a un perro atado a una cadena y sangrando. La reacción de los testigos de la acción demencial detuvo la tortura al pobre animal, el que fue tirado al baúl del automóvil casi inerte. Esta locura fue denunciada a la Policía, la que debería dar con los culpables para darle una condena ejemplarizadora, ya que no es un caso aislado sino una constante de castigos y persecuciones a canes vagabundos y mascotas maltratadas que permanecen atadas, sobreviviendo en medio de la perversidad de sus dueños.
La crueldad animal es creciente y algunos casos constituyen hechos delictivos en el plano internacional, como la caza del famoso león Cecil, en Zimbabwe por parte del odontólogo estadounidense Walter Palmer, que causó conmoción en el mundo porque tuvo el sólo propósito de ponderar su ego y exhibirlo como trofeo. De la misma manera, el presidente honorario del Safari Club Internacional, el húngaro Hidvégi, viajó a nuestro país en 2006 para cazar un yaguareté, especie en peligro crítico de extinción en la Argentina, declarada por ley como Monumento Natural Nacional, y protegida no sólo por la legislación nacional sino también por la codificación internacional.
Pero a diferencia de Palmer, con pedido de extradición a Zimbabwe para procesarlo, con intervención de Estados Unidos, la matanza de la fauna protegida en la Argentina sigue impune. El húngaro contrató ayuda local y la ONG Red Yaguareté comenzó una batalla legal que terminó el 5 de julio pasado, cuando tras reiterados pedidos de informes, la Justicia de Santiago del Estero reveló que todo había prescrito hace ya un año, por falta de actividad en la causa.
Como si esto fuera poco la semana pasada Japón volvió con las matanzas de delfines, una cacería anual que, según las estadísticas, entre 2000 y 2013 se cazaron 19.092 cetáceos de los cuales 17.668 fueron sacrificados y 1.406 sobrevivieron y terminaron en acuarios y zoológicos. Lo horroroso es la forma de sacrificarlos: se cazan en Taiji mediante un método en el que varias embarcaciones crean un muro de sonido que empuja a los ejemplares a la bahía en la que son seleccionados y luego arponeados tiñendo de rojo el mar.
