"...Una joven vida había sido expulsada de la luz a empujones por la miseria. Una tierna vida había sido acorralada definitivamente por la soledad...''

Aproximadamente a las 19 de un domingo de esos que uno se mete en sí para reflexionar sus crónicas, me llama por teléfono una señora de más de 90 años, que ya otras veces me había hablado comentando con aprobación algunas notas de este diario, y esta vez me pide que no escriba cosas tristes. Le digo que no es mi intención, que sólo trato de reflejar diversos aspectos de la vida, que tiene estos claroscuros.


Hoy me tocó el alma, desde esa misma maravillosa vida, un hecho profundamente penoso: los medios nos informan que en su duro sitio, su remedo de hogar al desamparo, su montoncito de trastos y negaciones, había muerto inesperadamente una chica de la calle, de tan sólo 26 años, y que estaba embarazada.


Una joven vida había sido expulsada de la luz a empujones por la miseria. Una tierna vida había sido acorralada definitivamente por la soledad. Una adolescencia sin vuelos había sido truncada por el abandono y la espalda de todos nosotros. Casi una niña se había ido del milagro de las mañanas resucitadas, con la ilusión de otra expectante vida en su interior, una cimiente brote que no podría conocer los sueños, el alumbramiento de las caricias, el beso de una madre ni el encuentro amoroso de la pubertad, la dignidad de la lucha ni el cielo de los aromos. Una muchacha en la edad de la flor, en su predestinación para el amor, había sido vencida por el desafecto y la indiferencia de la calle y de los corazones que la transitan ciegos de la tristeza y el desquicio que muchas veces no se ven a nuestro costado, porque estamos urgidos por cosas menos importantes, otra derrota bochornoso desde la inequidad social.


Como esas historias que Borges augura que poseen hasta las cosas que no sucedieron, se me revuelve en las entrañas, como relojito que se desencuentra con las horas, el corazoncito de un bebé que espera el salto a la luz desde el vientre hacedor de su madre y desde quizá- la despreocupación de un padre pasajero. Se me hace destierro ese péndulo de ínfima sangre que rebota en su imaginaria mañana inaugural, que posiblemente puede sospechar algún proyecto de vida. Y a la vera de todos los jardines muertos, los ojos desfallecidos de una muchacha sola que se van muriendo de desafecto y ausencia de compañía, nos miran de reojo y con inmerecido respeto el costado del alma indiferente, sin saber por qué sus espejos de lluvia inútil rebotan en la nada y destilan miseria, cuando todos somos, indefectiblemente, ineludiblemente, gloriosamente iguales, pero no nos toca la misma dignidad.